La política europea del Gobierno de coalición de Alemania es fruto del recelo y no de la solidaridad que sería de esperar sobre todo del socio más importante de los Veintisiete.

Es un espíritu mezquino, de contable, el que muestran la canciller federal, Angela Merkel, y su socio del Gobierno de coalición, el vicecanciller y ministro de Finanzas, Olaf Scholz.

En momentos como éstos en los que haría falta más que nunca empatía con los que más están sufriendo los efectos letales y paralizantes de la pandemia, la respuesta de Berlín a las peticiones de ayuda del Sur ha sido más tecnocrática y desconfiada que empática.

Como escribe en un artículo para Der Spiegel el director del Centro Jacques Delors, el alemán Henrik Enderlein, la tecnocracia es lo contrario de una clara señal política y la desconfianza, la mayor enemiga de la deseable integración política.

¡Cuánto se han alejado la canciller Merkel y el vicecanciller Scholz del pensamiento europeísta de gobernantes anteriores, del socialdemócrata Willy Brandt e incluso del cristianodemócrata Helmut Kohl!

La respuesta a la crisis del coronavirus no ha sido en efecto muy distinta de la que dieron Berlín y otras capitales del Norte de Europa a la anterior crisis económico-financiera: una respuesta más propia de tecnócratas que de políticos.

Parece haberse olvidado demasiado pronto que la prosperidad alemana se debe, más que a la demanda interna, a su envidiable récord exportador y que para ello ha sido clave la demanda de los países del Sur.

En vano reclamaron a Alemania durante años sus socios europeos que aumentara sus inversiones y el consumo interno en lugar de depender tanto del crecimiento de sus exportaciones.

Como lo describe con cierta crudeza el director del Centro Jacques Delors, «la diferencia entre fortaleza exportadora y explotación del vecino es muy pequeña».

Según Enderlein, Alemania no ha intentado nunca seriamente acompañar su dominación de facto de la política económica europea con muestras de solidaridad reales. La hegemonía, señala ese profesor de economía política de la Hertie School berlinesa, se ha ejercido tradicionalmente bien a través de la coerción, bien mediante la generosidad.

Y Berlín ha recurrido siempre a la táctica de ejercer indirectamente su hegemonía escudándose en el sistema de reglas y acuerdos de Bruselas.

Algo parecido ha ocurrido con la magnanimidad al tolerar Berlín que se canalizara a través del Banco Central Europeo con su política de expansión monetaria, muy poco del agrado, por cierto, del propio Bundesbank.

Berlín desoyó primero el llamamiento del presidente francés Emmanuel Macron a impulsar la integración política europea y ha vuelto a fallar ahora con su respuesta más bien decepcionante al reclamo de solidaridad del Sur con motivo de la actual pandemia.

Es cierto que la mutualización de la deuda que reclaman tanto Francia como los países del Sur de Europa, no puede ser lo único que consiga salvar a la UE.

No bastan los compromisos tecnocráticos como los alcanzados en el último consejo europeo, que estuvo dominado por el tema de los eurobonos.

Hace falta política con mayúscula en momentos en los que, por culpa de lo que en el Sur se percibe como falta de solidaridad del Norte, crece peligrosamente el euroescepticismo. ¡No nos quejemos luego de que Moscú o Pekín quieran tomar el relevo!