Ni que decir tiene que los linderos del confinamiento transforman las inercias de los hogares, siendo por ello por lo que, evidentemente, también comenzamos a acarrear sobre nuestros hombros todo un novedoso catálogo de consecuencias que se deriva de ese particular cambio de vida. Y si bien es cierto que el recortado tiempo de los trayectos, por ejemplo, entra positivamente y como sumatorio en el teletrabajo y la dedicación al hogar, tampoco sería honesto dejar de reconocer mi personal contrapartida: si antes me movía poco, poco, al menos, era algo. Entre tal coyuntura y el tiempo de más que se invierte en cocina, podríamos concluir que la báscula, al menos la mía, se está volviendo más generosa de lo necesario. Pero no me siento solo. Diera la sensación de que, desde nuestro forzado enclaustramiento, todos dedicamos más tiempo a los fogones. Dejando a un lado el arco profesional, creo poder afirmar que a cocinar se aprende en casa. Yo, particularmente, me hice cargo de tal pericia durante el tiempo que empleé en preparar oposiciones y bebiendo en paralelo de lo que me enseñaba mi madre, por un lado, y el programa de Karlos Arguiñano, por otro. Por aquel entonces, y durante mucho tiempo, al menos para mí, no hubo otra didáctica como la de Karlos. Lo que uno espera de un programa culinario, más allá de una receta puntual, es que, en su seguimiento, te enseñe a cocinar desde la sencillez, que no simpleza, de lo cotidiano. Hasta donde yo recuerdo, el gusto por las cacerolas y los programas de cocina remonta a mi más olvidada infancia, una época desde la que aún resuena la voz de Joaquín Sabina en la sintonía de Con las manos en la masa. Sin embargo, hoy por hoy, ya mozo viejo, llevando sobre mi espalda multitud de formatos televisivos sobre el arte del buen yantar, les tengo que reconocer que no me vale cualquier cosa. Matices aparte, y hablando en general, es muy fácil desechar un producto de esta clase si concurren tres odiosas condiciones: que el formato sea aburrido y lento, que la receta no aporte cierta originalidad o variante en su formulación y, quizá la peor, que la complicación sea excesiva en cuanto a ejecución (esto es, cuando aparece el nitrógeno líquido) o en cuanto a la adquisición de ingredientes demasiado estrambóticos. Por el contrario, en esta sociedad de la velocidad, lo que precisan las familias y los consumidores de este tipo de programación es un formato ágil, novedoso, divertido, asequible, original y con un buen resultado. Desde mi eterna fidelidad por el producto televisivo de Karlos a lo largo de décadas, había perdido la esperanza por encontrar otra mina interesante y a la altura hasta que apareció Pablo Albuerne: Gipsy Chef. El engranaje programático de Gipsy Chef, a pesar de su sencillez, no está dejado, ni mucho menos, al azar. Sus vídeos arrasan las redes sociales sirviéndose de una inteligente pauta: el personaje protagonista es un tipo simpático, aventurero y entusiasta que, desde multitud de escenarios (el salón de su casa, playas, jardines, plazas, mercados, puestos de comida callejera o cocinas de restaurantes), con la inesperada agilidad y el sorprendente colofón de Tamariz, te planta un resultado en menos de cinco minutos. Un resultado que, por su atractiva y apetitosa originalidad, por entrar tantísimo por los ojos, nos provoca el irremediable impulso de correr a la cocina para verificarlo. Todas las propuestas de Pablo me han funcionado: desde la fórmula de su aceite picante (que mis hijos se lo echan a todo) hasta los garbanzos de otoño, pasando por los flanes con ron, el «gremopesto» o su magnífica modulación al formato de las patatas bravas. Y es que Pablo, que lo sepan, no es sólo un profesional de la cocina, también es un maestro en el arte culinario de modular, sugerir y plantear la variante desde la esencia, pues coquetea y nos hace cómplices de esa particular irreverencia canallesca con la que añade pasta cruda al sofrito, tunea los clásicos ingredientes de la paella valenciana o le «parece increíble que haya quien quiera apropiarse de recetas tradicionales que, en realidad, son de la gente». «Cocina lo que quieras -nos dice?, hazlo como quieras y disfruta porque, en realidad, la cocina está para eso, para disfrutar». También en época de confinamiento.