Hoy trabajo. Pero no importa: tengo el día libro. Hoy es 23 de abril, día del libro. Esta columna es un homenaje a ese artefacto genial, un cofre del tiempo, que decía Borges. Mi homenaje libresco -esta columna- iba a ser escrito muy temprano. Cuando los locutores más madrugadores aún aclaran la voz. Pero lo he ido retrasando porque estaba leyendo un libro. Ese placer tanto tiempo soñado (despertar, no levantarse, agarrar el libro de la mesilla y ponerse a leer). Las nueve ya. No importa. La diez. Qué más da. No es una invitación a la molicie, sí a aprovechar el tiempo. Y a leer. Hoy es el Día del Libro y no hay nada más triste que ver las librerías cerradas. Si acaso, es igual de triste ver las agencias de viaje cerradas. Bueno, y los bares. Hay que montarse el bar en casa, viajar soñando y leer, releer, comprar libros online. De cocina o cine. De viajes. Novelas o ensayos. Biografías. Diarios, poesía. Leer nos hace libres, alivia el tiempo y aligera el confinamiento e incluso te hace más sano y limpio. Sí, si coges los libros a menudo pues no pillan polvo y no padeces alergias ni te ensucias las manos, ni toses. Ni blasfemas. En cambio, si no tocas un libro en años cuando echas manos de ellos te pones más malo que un dolor, acumulas malas sensaciones, y olores y encima le tomas tirria a la lectura.

La gente no lee nada, dice el docto con aire pedante aunque a veces es pedante con aire docto. Habría que replicar que igual lo que no lee son los coñazos que prescribe usted, señor, que la gente, con lo que le gusta es muy feliz.

Hoy se llenarán las redes de libros. Fotografiados, comentados, criticados. Redes librescas por donde circularán las recomendaciones, la vanidad, la impostura pero también la sinceridad. Leamos para saber cocinar pasteles. Para conocer vidas fascinantes. Para viajar a la América precolombina, al futuro, a la I Guerra Mundial, a la Guerra Civil española, a la China, el Congo, la Inglaterra victoriana o la Noruega actual. «Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee», nos dejó dicho Unamuno, al que a lo mejor la gente no leía, pero bien que tuvieron que escucharlo. Y casi le cuesta la vida. Regalar un libro es elogiar al que lo recibe. Si leemos, antes pasaremos página de todo esto. O más corto se nos hará. «Mis libros son agua; los de los grandes genios son vino. Todo el mundo bebe agua», dijo Mark Twain. No se sabe si después de una borrachera. O durante ella. A lo mejor, ni bebía. No sé, no tengo muy trabajado a Twain. Y además hoy libro.