Las calles de alrededor de mi casa han estado muy sucias porque los dueños de los perros, ahora que no los ven, no recogen sus cacas y también me encuentro numerosos guantes en el suelo. ¿Tantas personas no se dan cuenta de que su perro se ha parado a hacer sus necesidades y que se les cae un guante? Cuánto despiste...

También tengo unos vecinos que se dedican a gritar y a dar portazos, incluso ha venido la policía varias veces a pedir calma, pero siguen a voces e incluso arriesgan sus vidas descansando con el teléfono sobre el filo del balcón a más de 15 metros de altura. Cuánta inconsciencia...

Y son varias las familias que están perdiendo el control de los adolescentes en casa, insultos, desobediencias, retos, amenazas, golpes. Cuánto descontrol...

Del coche y el mensaje de «rata contagiosa» mejor no seguir escribiendo porque realmente no sé qué debe tener por dentro la persona que haya escrito eso. Cuánto inhumano...

Hablando por teléfono le comenté a una amiga que esperaba que la soledad nos ayudara, que las personas al estar más tiempo en casa y con las emociones a flor de piel, pudiéramos mejorar, analizarnos y corregirnos. También le comente la incredulidad en relación a la poca conciencia que tenían determinadas personas y la inercia de seguir por el camino incorrecto aun con tanta experiencia a la espalda. Ella muy tranquila me dijo que la soledad haría al bueno mejor, pero al malo lo hará peor, al ordenado lo haría más organizado y al desastre lo convertiría en caótico, el tranquilo viviría con su calma y el nervioso con su impaciencia. Así pues, las familias -con sus más y sus menos- estructuradas vivirán en concordancia y las desestructuradas vivirán verdaderas guerras.

Sinceramente creo que necesitamos trabajar urgentemente desde pequeños la BONDAD y con ello la generosidad y la empatía. Las personas bondadosas ayudan a los demás sin esperar nada a cambio y no están a la defensiva para cuando alguien les haga algún daño, considerándose mejores o únicos y por ello nada ni nadie los puede hacer sentir mal. Esta actitud es egocéntrica e insegura. Hay que aprender a no estar en todo momento pendientes de las emociones que sentimos nosotros mismos y estar más centrados en provocar emociones buenas en los demás ayudando, aportando, queriendo... Nuestras emociones nos hacen sentir mucha ansiedad y buscamos respuestas dentro de nosotros mismos. En ocasiones las respuestas están en los demás y en la capacidad que tenemos de ayudar a los demás.

Una vez hablando con un compañero deportista que se dedica a hacer carreras de 2/3 días por las montañas, yo misma le pregunté por lo que debe pasar una cabeza estando dos días corriendo, tratando el tema de los muros o pájaras. Según mi poca experiencia en deportes donde he sufrido más como en algunas carreras y en mi único y último triatlón, me di cuenta de que ayudando a los demás me olvidaba de mis dolores y mis sensaciones, así que le propuse ayudar a alguien en el momento de sentir el bloqueo. Le vino muy bien y creo que a día de hoy en ocasiones da ese consejo a sus deportistas.

Hay que ser bueno, ser benevolente, convivir «amablemente» con los que nos rodean, aunque no nos gusten sus formas de vestir, sus creencias o sus hábitos familiares. No debemos sentirnos nunca superior a nada ni a nadie por el dinero, la familia o el puesto laboral. Esto también nos lo ha enseñado el COVID-19. El respeto no se debe perder nunca y es muy importante enseñar a ponerse en el lugar de los demás desde pequeños y seguir con esa práctica de adultos. Si no aporta se aparta, pero no se pretende ganar siempre.

Hay que poner de moda ser bueno a través del ejemplo y esto lo podemos hacer todos.