Siguen las nubes. Siguen los claros. Pero… ¿Sabes? Hace tiempo que no hablamos. Tenemos tanto que contarnos. Ha pasado algo importante. Pusimos el contador a cero. ¿Sabes? Ha sido como una ola gigante. Arrasa con todo y nos deja desnudos frente al mar. Pero ahora sabemos bien qué es vivir. Ya no hay tiempo para odiar a nadie. Ahora sabemos lo que es reír. Quizá tenía que pasar. No es justo. Pero empezamos a valorar…» Rozalén y Estopa parecen contarnos cantando lo que nos pasa, lo que hay de verdad, mientras ahí fuera parte de la verdad parece mentira.

Niños

Un vicepresidente que pretende hablarle a los niños como si fuera su padre, pero los niños, que por supuesto no le estaban viendo, lo que hubieran visto, si le hubiesen estado mirando en el informativo, es a un hombre hablando como un niño (curiosamente, ha sido el mismo vicepresidente que se saltó la cuarentena en público en vez de escenificarla socialmente, ejercitando esa pedagogía responsable que se presupone a su posición de relevancia institucional). Un día antes, un ministro había salido diciendo que daba permiso a los padres para que lleven con ellos a sus niños víricamente «desescalados» cuando vayan al supermercado y al banco. Pero los niños, tocones e inquietos por naturaleza, son vectores formidables de transmisión y llevarlos a lugares donde hay adultos, algunos ancianos y otros vulnerables al virus por distintas razones, podría implicar fuego a discreción si la desescalada aún puede implicar una nueva escalada, como también nos dicen.

Dudas

Acostumbrados ya a que se nos provoquen más dudas que certezas andamos estupefactos. Eso no puede ser lo normal. Porque cuando nos hablan y dicen y se desdicen, lo hacen como si los que no nos enteráramos de lo que hay que enterarse fuéramos nosotros, los que andamos estupefactos por ellos. Pasó igual con las mascarillas. Hoy sabemos más de los tipos de mascarillas que hay: higiénicas, quirúrgicas, filtrantes F no sé cuántos y F no sé cuántos más, que mascarillas en realidad nos hemos podido poner en la cara. Y los que nos las hemos puesto las hemos ido obteniendo de la manera más estrambótica o de la más carilla. Los que se las ponían desde el principio, sin embargo, los taiwaneses o los checos, por ejemplo, que con 7.000 infestados testados han tenido que encajar por ahora solo (la palabra «solo» siempre es mucho, entiéndaseme, cuando se habla de muertos) unos doscientos fallecidos en la comparación con las más de 22.500 personas que ya nos han dejado en España contagiadas por el Covid-19. Duele todo, pero hacer el prorrateo entre Chequia y España mucho, aunque sea una comparativa tan fea. Con su proporción de 7.000 a 210, si Chequia tuviese como nosotros a día de hoy unos 220.000 contagios diagnosticados, matemáticamente al menos, contabilizaría algo menos de 7.000 fallecidos. Un solo muerto es una tragedia para quienes le querían. Pero que en la diferencia de esa regla de tres en checo aquí le hayamos restado 15.000 personas más a la vida…

Estupefacción

Huyendo de odios y trincheras y oportunismos y estrategias que no tienen que ver con la emergencia nacional que vivimos (planetaria) parece mentira la verdad. Por mucho juego que dé el presidente de EEUU, por ejemplo, y lo socorrido que sea hablar de él para no enfrentar lo cercano, siempre más comprometido, su última comparecencia pública induciendo que si el desinfectante mata al virus en una superficie que se limpia, por ejemplo, debería haber alguna manera de inyectar algún desinfectante en la sangre que lo destruyera no hace parecer al señor Trump un niño, como le ocurrió a Iglesias en su extraña comparecencia, sino un bebé (dicho así y no de otra manera por no insultar su capacidad de discernimiento). Lo que ocurrió con las primeras ruedas de prensa gubernamentales fue surrealista. Pero más lo ha sido aún lo que ocurrió con el obligado silencio en la rueda de prensa -ya mejoradas las ruedas de prensa con más participación directa y diversa de los periodistas con sus preguntas- impuesto al mando de la Guardia Civil que habló o demasiado o habló equivocado.

Prisas

Tampoco empezar a dar fechas, como se ha hecho en Andalucía, sobre la vuelta a los colegios parece muy acorde con el confinamiento y su paulatino e inquietante desconfinamiento. Inquietante porque, excepto que hemos bajado del maldito pico del carroñero y traicionero bicho, como no podía ser de otra manera tras cuarenta días de escaso movimiento y contacto entre vectores de contagio, poco sabemos del grado de inmunidad que hemos podido alcanzar como sociedad. Por qué no esperamos para tomar la decisión de la desescalada, en vez de hablar tanto de ello y hacer cuentas de cuántos cabemos en una playa a dos metros del otro -surrealista también- los resultados de esas miles de pruebas de sangre, que aún no han empezado a hacerse a la población, para saber cuántos tenemos anticuerpos y así tener idea de cuántos podríamos contagiarnos todavía… Porque hoy es Sábado