Ya puestos, podrían fabricar las mascarillas con sabores. También se le podrían poner mascarillas a algunos nacionalistas y que así sus ideas se quedaran en sí mismos, en ellos mismos, en su nación o cuerpo, en su aislamiento y autarquía. Una mascarilla que no deje pasar el cosmopolitismo. Nos libraría también de sus hedores. La mascarilla protege al desmaquillado y al feo, nos protege de esta peste que al fin (algo) remite y protege a los demás de nosotros mismos, de nuestra virulencia y de nuestros chistes, de nuestros besos a destiempo y de las efusividades innecesarias. No es una máscara, pero casi. Máscara significaba persona en griego. O de ahí viene. Eran los artefactos que se ponían los actores para actuar. Mascarilla sería personilla o personeta o personajillo o tal vez nada, un artefacto de tela o gasa, lana o sujetador que estaba dormido en las farmacias y activo en los quirófanos y que ahora pertenece a nuestra cotidianeidad.

Más mascarillas que libros tienen ya algunos. Prefiero el pintalabios a la mascarilla, aunque habrá que esperar y no necesariamente sin los labios pintados. Los que tienen más cara que espalda lo tienen fatal para encontrar mascarilla adecuada. Las mascarillas han llegado tarde y nadie sabe si han venido para quedarse. Tengo monos en la cara. Me los tapo con mascarillas. A las mascarillas se les están dedicando ahora columnas, reportajes y crónicas que pueden leerse con placer, dolor, empatía o con la mascarilla puesta. El otro día me saltó bilis de un libro y me pilló sin mascarilla, pero es que para leer conviene no ponerse el traje de los prejuicios y, claro, me pilló desnudo. O sea, sin protección. En Japón, que ya estaban muy duchos, incluso quien no se duchara, en utilizar mascarillas, el primer ministro implantó como medida estrella el envío a cada hogar de dos ejemplares. Fiasco. Los serios nipones han inundado sus redes de memes y chistes con el asunto, dado que una gran parte de las que llegan son inservibles por diversa causa. No pocas tenían pelos, según nos cuenta una crónica de EFE. El coronavirus también pone en jaque la eficiencia proverbial nipona. Eso pasa en un país latino y se lía una guerra civil.

Me pongo la mascarilla. Es como oler todo el tiempo a hospital. Es necesaria. Úsenla. La mascarilla es una mini capa que atrapa nuestro aliento. Un condón contra el virus, un escudo para almas no guerreras. El símbolo de una época.