Ahora que el mundo ya no es el que solía, y que dicen los augures que no volverá a serlo más, ahora que lo único cierto es la incertidumbre y que para vivir se nos exige cita previa, estar apuntado, figurar en la lista, yo ando un poco angustiado, dudando de a qué cosas de las que dejé paradas en otra vida acudir primero.

Como por algo hay que empezar, tengo pedida cita previa con un café en una terraza, la prensa del día sobre la mesa, por la mañana muy temprano, recién inaugurado el día. Siempre me gustó que esa soledad de las primeras horas me pillara entre café y periódicos, dos de las pasiones de mi vida, que tampoco han sido tantas. Siempre necesito más de un café y más de un periódico para poder demorarme en las columnas y en los sorbos hasta agotar todos los sabores y todas las miradas.

También tengo pedida cita previa con una tarde de junio. Una de esas con vencejos trazando sus exactas geometrías en el aire aún azul pero ya un poco violeta. Una de esas tardes que se pronuncian ya con las sílabas del verano, que saben morirse lentamente, que van cayendo hacia la oscuridad tan despacio que la luz tiene tiempo para deshilachar todos sus tonos. Una tarde de esas, sí, cuya muerte me sirve de espejo.

Y tengo, además, pedida una cita previa con el mar. Ante el mar cualquier grito se hace oscuro, y por eso yo antes cada vez que me extraviaba aparecía en la playa, sin previo aviso, como quien regresa a casa, y dejaba allí, en la espalda desnuda de la arena, unos pocos versos sin aliento y decía con voz de jarra rota las cosas que nunca a nadie digo y que necesito decir. Y aunque en estos días de largo encierro en los que la ley y la prudencia me han mantenido lejos del mar he ido muchas veces a mirarlo en fotos, nunca ha sido lo mismo. En las fotografías el mar parece un jarrón con flores muertas y tiene el tacto que tienen los desiertos. El mar pierde en las fotos su hondo parentesco con el tiempo, y por eso he pedido que me asignen un día y una hora para volver a su orilla, para que mis ojos se reencuentren con sus ojos y para escuchar sus azules, ese modo perfecto de silencio.

Y así muchas cosas más, tantas que no caben en el limitado universo de una columna de periódico: Los abrazos, los amigos, los hermanos€ En realidad, lo he pedido todo, porque yo lo que quiero, ahora me doy cuenta, es tener cita previa con mi vida anterior.