La cita previa implica una capacidad de organización y previsión de la que muchos carecemos, pero a la que nos tendremos que habituar. La vida, durante un tiempo, consistirá en esperar a que llegue la hora de ir a la librería, a la ferretería, a la peluquería, al restaurante. Habrá que hacer cola hasta para encontrarse con uno mismo. No es broma: yo me cito a las 17.00 en el jardín para caminar diez mil pasos. El resto del tiempo estoy fuera de mí. ¿Dónde? Ni idea. Desde que se inauguró el estado de alarma, no sé lo que hago hasta la hora del paseo. Vivo en un estado permanente de disociación. He roto la sociedad limitada que había establecido conmigo mismo. Ahora parezco más una sociedad anónima, una S. A., compuesta por miles de accionistas diseminados por el mundo. Me gustaría ser el accionista mayoritario para llevar las riendas de mi vida, pero solo soy uno más. Si la policía llamara a mi puerta acusándome de un crimen cometido a las 12.00, sería incapaz de mostrarles una coartada, pues me hallaba fragmentado en miles de trocitos, cada uno con su pequeña identidad, sujetos al vaivén de las noticias, al vaivén de la Bolsa. Me parezco más a una entidad jurídica que a un individuo con nombre y apellidos.

Por eso he de pedirme hora, como al librero, al ferretero, al dentista, al peluquero. A veces, por descuido, no acudo a la cita y estoy un día entero sin encontrarme, sin saber de mí, como el gato, que sale y entra o pasa la noche fuera. El gato y yo aparecemos y desaparecemos caprichosamente.

-¿Dónde estás? -pregunta mi mujer.

Eso es lo que me gustaría saber, dónde estoy. Estoy en el país del confinamiento. Estoy confinado dentro de mí mismo, perdido en mi interior, que es vasto como el desierto y oscuro como un túnel. Hay hormigas en el cuarto de baño, cientos de ellas, quizá miles. He ahí otra sociedad anónima: cada una representa una parte minúscula de la colonia que se ha instalado detrás de la bañera. He de pedir hora en la droguería para comprar un veneno más eficaz que el del año pasado. Pero solo puedo pedirla a las 17.00, que es el único momento del día en el que estoy conmigo. Esto puede acabar mal.