Un gran revuelo se ha formado en la nevera de un piso de Huelin: ha llegado hasta ella una lata de cerveza extranjera, que ha sido arrestada de inmediato por el Real Destacamento de Huevos de Gallina Clueca, en espera de ser presentada ante la autoridad, Su Señoría Zanahoria, que decidirá sobre el caso. El tomate (vegetal sensible donde los haya) se interesa por la suerte de la cerveza.

-¡Buenas tardes, señores huevos!

-Buenas, tomatillo. ¿Cómo andas, chiquillo?

-Bien, gracias. ¿Puedo hablar con el jefe del destacamento?

-El jefe soy yo -le dice uno de los huevos.

-Habla conmigo -le dice otro.

-¿Preguntas por el jefe? Dime, soy yo -le suelta el tercero.

-Vale, haré la pregunta de otra forma... ¿Quién manda aquí?

-Yo soy el que mando -responde un huevo.

-Yo mando y ordeno -añade el que está al lado.

-Yo mando, ordeno y soy obedecido -apunta el otro.

-Esto va a ser difícil -dice el tomate un poco agobiado.

-Oh, qué va, es muy sencillo, chiquillo, ¿verdad, compi huevo?

-Como freírse un huevo, vaya. ¿Qué piensas, camarada huevo?

-Ya os digo, como el huevo de Colón.

-Está claro: sois tan parecidos que ni vosotros mismos os distinguís.

-¡Eh! A mí me parece que somos distinguidos.

-Eso sí que está claro. ¡Tan claro que quema!

-¡Tan clara que yema!

Los huevos se ríen (con la misma risa, clara está), y el tomate se rasca, pensativo. Al fin, dice:

-Os propongo un juego.

-¿Un juego nuevo?

-¿Un juego para un huevo?

-¿Un juevo o un huego?

-¡Vale ya de vacilarme, huevos!

-Venga, te escuchamos...

-Entiéndelo, tomate...

-¡Nos lo has puesto a huevo!

Ríen los huevos de nuevo, y yo no me muevo hasta saber qué se le ha ocurrido al tomate. Pero, ¡oh!, atentos, que habla la lata de cerveza:

-¡Qué simpáticos, los agentes de la autoridad!

-¿Verdad que sí? Somos la guasa ovalada.

-Desde luego. ¡Qué esbirros tan ocurrentes tiene Su Señoría la Zanahoria!

-Disculpa, lata meteca: mejor lacayos, que rima con nuestros papás, los gallos.

-Vale. Yo sé cuál es el jefe, no hay más que veros.

El tomate no da crédito a lo que acaba de escuchar y dice:

-¿Lo sabes?

-¿¡Lo sabe!? -repite uno de los huevos.

-¡Maldición, lo sabe! -grita desconsolado otro huevo.

-Sí, lo sé.

-¿Y cómo lo puedes saber si nosotros no lo sabemos, eh, tía lista?

-¡Eso, eso! Si nuestra fuerza se basa precisamente en que nadie lo sabe.

-Les hacemos un lío a todos y manejamos las palabras a nuestro antojo.

-Os gusta dar la lata, vamos.

-¡¡Sí!! ¡¡Somos malos!! -dicen los tres huevos al unísono.

-Y al tomate, tan protestón y solidario él -les dice, zalamera-, os encanta darle la lata.

-¡A este más que a nadie!

-Entonces, el que es el jefe de vosotros, el más listo, sagaz y capacitado, tiene que haberlo pensado ya: si me dais al tomate, le dais la lata ¡Y encima de cerveza, que se sube a la cabeza!

-¡Me has leído el pensamiento! -exclama un huevo admirado.

-Estaba a punto de decirlo -asegura el otro.

-Acertaste lo que discurría. ¡Eres una lata divina y adivina! -concuerda el tercero.

Los huevos liberan a la lata, que coge de la manita al sorprendido tomate, mientras les dice a los huevos:

-Entonces, no hay más que hablar. Su Señoría la Zanahoria estará contenta de no saber nada de esto y de que el jefe de los huevos haya resuelto el problema sin tener ella que molestarse.

-Bienfreída, lata.

-Escalfado de haberte salado.

-Ha sido un placer cocerte.

Los huevos, antes de hacer mutis, dicen:

-¡Tú sí que sabes quién es el jefe!

El tomate, alucinado y enamorado, le dice a la lata:

-¡Sí que eres inteligente! ¡Qué astucia!

-Las cervezas Ulises somos así. Sabrosas e ingeniosas.

-Y dime una cosa: ¿cómo se te ha ocurrido?

La lata interrumpe al tomate poniéndole un dedo en sus rojos y carnosos labios.

-Shhh... Calla, tomate de rojos y carnosos labios. Bésame y llévame al huerto.