Pensamientos cortos pero educativamente hondos. El bambú de una idea que te instruya flexible en su significado y cumplimiento. Lo aprendí de Confucio. En mi generación las paredes de juventud se decoraban con las palabras de los héroes de los que aprendíamos revoluciones, sueños, compromiso, la madurez en las respuestas al problema de la existencia del amor. Y entre ellos Confucio era uno de los hits. Dos de sus enseñanzas mantengo presentes: «Leer sin meditar es una ocupación inútil», y «La mente del hombre superior valora la honradez, la mente del hombre inferior valora el beneficio». La primera la incumplen muchos, y la segunda la ignora Juan Cassá. Uno de esos tipos que aparecen en política gracias a la ola de un partido, al azar que lo coloca en su cresta y al error-subsanémoslo ya- de las listas cerradas. Sin Confucio en su cabecera, como tampoco ningún otro que tenga que ver con la cultura y la educación, lo primero que hizo fue cerrar el Instituto Municipal del Libro. Nadie advirtió entonces que todo lo que significa la palabra lo pasaría por el filo de su navaja. Ahora, tras una temporada en penumbra -que es lo que por su trayectoria de sombras le corresponde-, aprovecha la pandemia y la convalecencia del alcalde De La Torre, y se suelta de nuevo la coleta, reniega de Ciudadanos, contraviene su promesa de dejar el cargo si abandonaba el partido, desiguala el número del pacto de gobierno municipal y se ofrece al mejor postor. El poder a cambio del poder de la venganza.

Confucio le suena a chino a Cassá. Nada le importa que el filósofo Kong Zi, su verdadero nombre, afirmarse que el Estado debía servir al pueblo, por lo que los gobernantes tenían que cumplir cinco virtudes -benevolencia, rectitud, decoro, sabiduría y responsabilidad-, y ser además buenos trabajadores y personas sensatas. Se queda Cassá excluido de cada una de estas exigencias, y en fuera de juego a él deberían dejarlo todos. Porque en política es la ética lo que inspira respeto. Exige el desasosiego social serenidad, responsabilidad, diálogo, pactos, mucho trabajo y talento. No cuentan los arribismos, mucho menos de aquellos que fuera del empleo político carecen de capacidades. Han de recordar quiénes representan a sus votantes que en la difícil reconstrucción de todo lo perdido se verá qué es lo que de verdad hay detrás de las máscaras. Lo malo es que las tentaciones suelen cegar la conciencia, y si el poder se alcanza poco importa el descrédito.

Se cumple el 2.571 aniversario del nacimiento de Confucio, cada vez más presente en Internet donde me he tropezado con su modernidad nada más empezar mi diambular -que maravilla de término de un niño en un relato de cuentos infantiles del premio Hammam Alandalus- para dejar atrás la indignación que me produce la miserabilidad del medrador Cassá -como ha denominado su actitud y condición mi amigo el escritor Soler-. Si uno elige bien las direcciones no hace falta embozarse contra el virus, el sudor descamisado de muchos runners, y el propio causado por la proliferación de bicicletas -que no ciclistas- invadiendo lo peatonal. Caminar es el derecho a la libertad y su goce. Y en su práctica hay días en los que adentrarse en el boulevard de internet, a salvo de atropellos, resulta grato, sorprendente, instructivo a veces. Da alegría ver qué hay gente cuyo talento, humor, generosidad, merece la pena compartir. Subí temprano las persianas de primavera que pinta mi amigo Antonio Ramón, y escogí la dirección del gallo negro que apuntaba, desde la cámara de Santiago Cogolludo, hacia el corazón verde de todo. Enseguida me crucé con los buenos días de Coca de Armas entre nubes que parecen islas sobre su isla que aún no se han despertado, y me detuve a tomar café con mi compañero de los inicios del oficio, Jacinto Gutiérrez, el mismo que cada día le despide buenos sueños a los difuntos y a las luciérnagas. Igual de madrugador encuentro a otro amigo, Jaime Caballero, terminando de transformar una bomba de coche conectada a un pozo, y a una cadena de perro, en una fuente para llenar una alberca de agua.

Anduve por las calles estrechas de Apulia que avanza, desde la vista de pájaro de Juan Ángel Juristo, como un rompecabezas cubista que termina en un acantilado de casas sobre el mediterráneo verdioscuro. Admiré las geometrías de sombras de un mecano que la mirada de José Antonio G. Santos construye como una fotografía en la que está a punto de suceder algo. Más adelante vi a una pareja besándose con desenfreno, a punto de doblar la esquina en la que alguien había dibujado la pasión de su abrazo. Algo así se desean los caballitos de mar de una sábana que Sandra Pedraja ha subido a una azotea de sol, junto a la sombrilla japonesa con la que recitó bajo la lluvia un poema de Kipling. A pie del fragmentado asfalto virtual me puso la carrera de José María de Loma que por fin encontró sus Kelme para salir un rato de su columna diaria que le da dolor de rareza, y a ver si encuentra un ángel al que vacilarle. Yo seguí a través del laberinto transparente de Ernest Kraft, en cuya falta de centro uno se reconoce, y me detuve en Luces, en Proteo, en Cálamo y en Rafael Alberti. En sus puertas sus libreros protegidos expendían libros para seguir contagiándonos de lectura. No sé si unos eran los sonetos de Lorca que José Infante recita junto a una orquídea violeta de su ventana; si La llama inversa que aviva Beatriz Russo en el jardín donde enseña adjetivos de poema a su príncipe, o si también la novela Todo arde que Nuria Barrios ha leído a fuego lento convencida de que leer es un positivo estado de alarma. Seguro que también había una de las fronterizas historias de Eloy Tizón que de cuento en cuento y tales transita por el boulevard de las pantallas, donde Almudena Sánchez intenta atrapar el aire en las videoconferencias. Muchas son didácticas como las de Muñoz Molina hablando de que los libros nos regalan la soberanía de nuestra propia soledad, mientras la imaginación trabaja. El paseo de búsqueda y conocimiento me conduce al estudio de Rafael Alvarado centrado en sus nuevos paisajes sociales de Málaga, convencido como Pollock de que la pintura no es un problema, el problema es qué hacer cuando no estás pintando. Una opción sería exponer en el espacio Eldevenir de María Rosa Jurado, siempre entusiasta, con muestra reciente de las naturalezas de Claudia Ihrek, las emociones del color de Juan de la Rica y una litografía de José Luis Puche. A una manzana de los espacios, cuyas distancias uno abre y estrecha a su antojo, disfruté de las esculturas de alambre, fuego y cenizas de Charo Carrera, y a la salida me detengo en un kiosco para llevarme lo último de Quimera y de Librújula, el WMagazine de Winston Manrique celebrando el Premio Formentor a Cees Nooteboom por su nomadismo a través de los géneros literarios, y de paso una de las películas maestras que José Antonio Hergueta no deja de recomendar a diario.

No cansa recorrer este interminable boulevard cuyas fachadas metamorfosean constantemente. Da tiempo de tomarse una Alhambra verde o una Victoria plata contemplando las cartas náuticas de Litoral con sus islas escritas, y sus mascarones de proa que persiguen entre las olas un poema de amor dentro de una botella. De deleitarse con las criaturas sensuales y literarias que Fernando Vicente pinta como si estuviese jugando. O de interpretar la caligrafía de caballito negro, de Víctor-Manuel Amela, al trote sobre una hoja A-19 en la que analizaba en otros días un poema lorquiano y el secreto de su abuelo. No continúo el recorrido sin solidarizarse con el texto de Manuel EnMalaka reivindicando en Aforo Libre el pequeño comercio que necesita nuestro apoyo, y apenas una distancia entre un escaparate y otro encuentro a Nieves Rosales soñando en volver a danzar con un pie descalzo y sus brazos con naturaleza de pájaro. No puede quedarse a disfrutar una de las recetas de Toñi Sánchez con las que uno no deja de salivar placer con huella en el corazón de la lengua. Lo mismo da que sean aguacates con langostinos que crema de calabaza. No sé qué hace Roberto López cuando le entrevista los platos para guardar la dieta ajustada a sus tirantes. A veces también miro a los balcones donde sucede la vida que dibujan Pachi y Ángel Idígoras cuando no canta versos encabalgados de amigos, y en los que unas chicas jóvenes ríen felices con las piernas despeinadas al sol. Sin darme cuenta, he llegado al parque Berlín entre cuyos árboles Carolina Isasi se deja atardecer sin nadie, aunque a unas cuántas calles de distancia está Carlos de Paz abrazando un olivo anciano, como si ambos fuesen dos troncos que se añoraban.

La alegría se me enfada al toparme con guantes del aislamiento, azules, negros, violetas, transparentes, tirados con su huella usada por distintos suelos y que Rocío Martín Delgado me enseña avergonzada de la sucia educación que tenemos. Menos mal que María Tena me ofrece un paisaje de Malévich para pasar la noche, en buena compañía. Afuera, el boulevard continúa con su vida noctámbula.

Hoy amaneció domingo, sólo caminaré por la orilla de las olas.