Lunes. Es muy mala idea comprarse una báscula. Conviene sopesar tal decisión. Pero pesa en la conciencia el embutido y la falta de ejercicio, que a lo mejor no es tanta con el ascensor del periódico estropeado, baja que te sube, y el largo caminar mañanero para acudir a la redacción, que es ahora un lugar triste en el que unos cuantos tomamos café de máquina tomando distancia de la cafeína pero acercándonos a la realidad. Pesando noticias y maquetas y alejándonos de otros tiempos. Como llevo mascarilla de vuelta a casa, saludo a todo el mundo porque todo el mundo me parece que tiene la misma cara. También saludo no vaya a ser que sea un conocido y se crea que no lo quiero saludar. No quiero que eso pese en mi conciencia y tenga luego que adelgazar la tal conciencia. No hay báscula para ella.

Martes. Virgen de agosto, de Jonás Trueba, que parece cine pedante, pretencioso e independiente (¡con semejante arrope, medios y apellido!) pero resulta ser una envolvente, gozosa y estupenda película.

Miércoles. Celia Villalobos participará en Master Chef. Me imagino el mundo en 2040. Con Salvador Illa participando en ese concurso. Tal vez preparando un souquet o unas judias con butifarra y diciéndole a algún concursante que lo hace fatal. Villalobos no tiene vocación política y sí interés en la notoriedad, que no es lo mismo. Me parece cojonudo que haga lo que le dé la gana y que le paguen una pasta por ello. Con tomate. Aún me acuerdo de esa toma de posesión como ministra, año 2000, en esa mole de ladrillo visto que tiene Sanidad en el Paseo del Prado de Madrid. Y el momento en el que Romay Beccaría, su antecesor, le cedía la cartera como gesto simbólico y para que tomaran fotografías los medios. Beccaría es un gallego de Betanzos que empezó su carrera política en el 63. Yo lo que hubiera querido esa mañana de enviado especial, en la que llegué al acto harto de churros y con un fotógrafo botarate, era escribir la crónica sobre Romay. Cómo se fue del Ministerio si ya no tenía coche oficial, dónde se dirigió, qué pensaba, qué hizo esa tarde, cuántas llamadas recibió, qué merendó y si se atizó un whisky o un zumo o una tortilla para cenar. Qué opinaba de Villalobos. El envés, que tiene su interés. En el Consejo de Estado está el hombre.

Jueves. En la vida anterior, hoy era una magnífica ocasión para ir a El Envero a comer ostras y urta a la sal con una botella de Emilo Moro y un milhoja de postre. En nuestra mesa favorita, cerca de la que suele elegir cuando está en Málaga Emilio Gutiérrez Caba. Unos metros más al fondo hay una pareja, él tendrá unos ochenta años y ella quizás uno menos, que tiene allí una mesa reservada. No sabemos si todos los días o todos los viernes. Siempre están allí. El se levanta mucho para ir a la calle a fumar. Para sacar el tabaco se levanta el jersey por la parte delantera con la mano izquierda y con la derecha extrae el paquete del bolsillo pechero de la camisa. Su mujer espera, no con paciencia o impaciencia, simplemente espera sin avanzar en la comida a que él se reincorpore al almuerzo. Hablan bastante y ríen mucho. Y creo, por sus gestos, que se enfadan si cuando terminan de almorzar no le traen pronto el licor, que viene en una botella sin etiqueta de la que a lo largo de la sobremesa se van sirviendo. Me gusta a veces fantasear con el secreto de su longevidad. Petulantemente, claro: ni son tan mayores ni yo soy tan joven.

Viernes. Apuesto a que intentarán la moción de censura en Málaga.

Hoy tenía un bolo literario que a saber si se celebrará. Moderaba una mesa redonda. Ya saben que es que las mesas si son redondas se radicalizan y hay que moderarlas, tal vez convertirlas en cuadradas. Una escritora brillante, un nota y yo enmedio. Qué dirían. Qué diría yo, ¿lo sacaría algún periódico?, ¿iríamos luego a cenar?, ¿acudiría mucho público? Podría leerle a mi hijo la introducción que había preparado pero está ocupado con un nuevo «Drador» que le ha llegado. Los dradors son unos muñecos pequeños y temibles. Aterrorizamos a un peluche.