El 70 por ciento de los profesionales sanitarios son mujeres, según un informe de Global Health Council, una organización internacional que agrupa a instituciones y empresas de todo el mundo y que se ocupa de la promoción de la salud. Ese dato, por sí solo, introduce la variable de género en la crisis del Covid-19. Los médicos y el personal de enfermería son los más expuesto al contagio y entre ellos abundan las mujeres. En la región china de Hubei, donde comenzó la enfermedad, ellas eran el 90 por ciento en las plantillas hospitalarias. En España, el Instituto de Salud Carlos III estima que, entre los profesionales de la salud, el 76 por ciento de los infectados son mujeres.

El análisis de género, en la pandemia, se está aplicando a aspectos médicos y estadísticos. En España los datos se publican segregados, por edad y sexo para casos confirmados, hospitalizados, ingresados en UCI y fallecidos y evidencian que el virus no distingue entre sexos, que contagia por igual a mujeres y a hombres, de cualquier rango de edad. Otra cosa es la letalidad, mayor entre los varones. Los investigadores de la Universidad de Huazhong, en China, lo atribuyen a que los organismos de las mujeres desarrollan más anticuerpos contra el virus, otros lo vinculan al tabaquismo.

Hay más ventanas por las que asomarse a la epidemia de coronavirus sin perder la perspectiva de género. Organizaciones como Amnistía Internacional o Acción contra el Hambre han alertado del impacto económico en el empleo femenino. El desempleo golpeará a hombres y mujeres, pero en el terreno laboral ellas son más vulnerables, sus contratos son más precarios, hay más temporalidad y casi el 90 por ciento trabaja en el sector servicios, en actividades como el comercio, la hostelería, el turismo, que son las que parece ser que más se van a resentir. Por no hablar de las trabajadoras que se ocupan en tareas domésticas y en el cuidado de niños, mayores y dependientes, y que merecerían un capítulo aparte.

Para algunas mujeres la emergencia sanitaria pone en serio peligro su integridad física y su vida, y no precisamente por el riesgo de contagio. El confinamiento y las restricciones de movilidad es más peligroso para algunas, las deja expuestas y a merced de sus maltratadores. Hay mujeres en esas situaciones, pero también niños y ancianos. Las llamadas al 016, el teléfono de ayuda a las víctimas de violencia de género, aumentaron un 60 por ciento durante el pasado mes de abril. En Francia, hace unas semanas, la prensa diaria informaba de un incremento del 30 por ciento de los casos de ­maltrato.

En los países más pobres y, en general, entre la población con menos recursos existe otra amenaza, la de perder el acceso a los métodos anticonceptivos y de control de la natalidad, que puede abocar a cerca de diez millones de mujeres y niñas a embarazos no deseados.

El secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres, ha advertido de que se avecinan retrocesos en los derechos de las mujeres y ha recordado que ellas son las que salen peor paradas en todas las crisis. Esta no parece que vaya a ser la excepción.