Fui a la peluquería ayer. Si el mundo va a ser así de incómodo en los próximos meses o años, y así debe ser si queremos controlar la pandemia, voy a pisar menos la calle que el conde de Montecristo. Los peluqueros de toda la vida, como los taxistas, suelen preguntar al inicio de la faena, más o menos implícitamente, si uno quiere consersación o no. Ahora cualquiera habla, no hay manera, embozado y con la mascarilla. Salen sonidos como guturales, cavernosos, desganados. Y si llevas gafas, se te empañan. Malos tiempos para los matices. Dices sin raya y a lo mejor entienden que raya en medio. O que tire con lo que haya. Y eso que uno es bastante partidario, no pocos días, del silencio. Un silencio universal. Cuando te sientan, en vez de babero quedas atrapado en una suerte de ortopédica capa, de toga de plástico psicodélico y además de lociones te echan desinfectantes.

-Usted dirá

-Me corta un poco, me arregla la barba y me inmuniza contra la humanidad.

Sales de la peluquería tan maqueado y pulcro, aséptico, desinfectado y rociado que estás listo para ir a una fiesta, ingresar en la NASA o vivir en Chernobyl. Fiestas no hay, a no ser las de pijamas y para lo otro ya estoy algo mayor, aunque si han enviado monos al espacio también podrían enviarme a mí. Los chernobiles los tenemos a la vuelta de la esquina.

Fui a la peluquería ayer y salí preparado para la guerra bacteriológica. La mejora de mi aspecto la agradecerán quienes conviven conmigo, quienes me ven por la calle o en la oficina, aunque yo lo que agradecería sería menos engorro y una pronta vuelta a la normalidad. Aunque a lo mejor, para entonces, todos calvos. Es una cuestión que no debe cogerse por los pelos. O sea, peliaguda. Echamos de menos la rutina de hace unos meses de la misma manera que un calvo echa de menos un flequillo. Se acabó el 'lavar y marcar': ahora, con tanto tiempo sin ir a la peluquería más bien los peluqueros se enfrentan a realizar autopsias. Caballero, lo siento pero le tengo que extirpar la coleta. O deben resolver crímenes: señora, pero este corte quién se lo ha hecho.

Lo que no ha muerto es nuestra coquetería. Hay que ponerse guapo por si pasamos a otra fase y en ella hay gente interesante. Las peluquerías son establecimientos de primera necesidad pero hay quien no se corta un pelo a la hora de negar esta idea. Es lo típico de esa gente a la que le gusta rizar el rizo.