Quién no ha empleado la expresión jocosa «lo mismo me cae un rayo y no llego a mañana». Pues desde el pasado sábado catorce de marzo la vida nos ha enseñado que todo puede pasar. La vida nos ha cambiado de golpe sin nadie preverlo y, menos aún, con la impotencia de adaptarse a esta situación para superar este momento crítico. Y es que llevamos más de sesenta días impuestos a una nueva vida que ha traído hábitos para quedarse y estilos que se convertirán en una nueva costumbre. Por ejemplo, ahora ponemos menos lavadoras, fregamos más platos y el tiempo viene rebajado de estrés cuando nos prepararnos para desplazarnos y asistir al trabajo. No nos abrazamos, a lo más nos damos codazos cuando antes era una definición para exaltar una falta en nuestro deporte preferido.

Nuestro vocabulario ha cambiado y empleamos palabras menos usuales como el nitrilo, mascarillas, Covid, teletrabajo, confinamiento y hasta confitados en el caso de los más rollizos.

El deporte ha sufrido una evolución prehistórica, hemos pasado de los gimnasios más sofisticados a hacer ejercicio con botellas de agua y con mobiliario de casa sustituyendo la maquinaria sofisticada para la práctica. Sin detallar algunos especímenes que se ven haciendo deporte en el paseo marítimo ahora convertido en villa olímpica. Destacan el 'uniabdominal', llámese deportista esporádico que tiene concentradas las pastillas de las abdominales en una única y que parece le ha cogido prestada a la mujer su malla para hacer deporte. Pasando por el que le secuestra la bici al hijo con más pinta de malabarista de circo en lugar de ciclista o el que lleva como indumentaria una camiseta del Málaga CF de tercera división al que dan ganas de pararlo para subastarla, ese tío lleva oro puesto encima. No me digan que no tiene su mérito.

Sabíamos que desde que se permitiera la práctica deportiva en estos días iban a subir las lesiones por la cantidad de paquetes que nos hemos tirado a las calles a sudar, pero no es menos cierto que hemos subido el nivel competitivo mientras nos respeten los bares.

Da gusto ver detenida en los semáforos a la nube de ciclista y observar como la mayoría ponen cara de velocidad esperando cambie a verde para ponerse en cabeza y alcanzar la meta del Mortirolo. Da gusto observar como el nuevo runner deja aparcado el complejo y se pone sus mejores galas para practicar ejercicio desafiando al encierro y al bicho con nombre de mascota olímpica. Da gusto palpar el buen ambiente, mezcla de libertad y alivio, que se respira en el horario de educación física civil. Da gusto comprobar que el deporte también nos hace iguales, porque ni por apariencia ni por indumentaria nadie es capaz de adivinar quién es el alumno aventajado ni el más rezagado. Da gusto tener una sociedad que sabe respetar y respetarse llena de superpacos, de equipaciones desempolvadas, de nuevas oportunidades y de penúltimos intentos con el único objetivo de mejorar y alcanzar el trofeo de la salud envuelta en normalidad.

Pero nuestra villa olímpica está huérfana y le falta algo, su público sentado en las gradas de las terrazas de los bares y chiringuitos y la ampliación de otros espacios para la práctica de modalidades deportivas más acorde al calendario. A estas alturas del año ver las playas vacías desmoraliza a la vez que resigna a nuestros atletas porque somos conocedores que volveremos a disfrutarlas si hacemos las cosas bien.

Y esta es Málaga, donde cada uno practica cómo y con su estilo particular el deporte que le da la gana. Sin importarle si los patines que ha elegido son más propios de Rolling de Pedregalejo de los ochentas, o sin caer que a más de uno se nos saltan las lágrimas cuando vemos una Motoreta impoluta pilotada por el calvo de la Victoria. O el que lleva enfundada una camiseta de Sport Billy con el anacronismo de la Nocilla, reliquia de cualquier tienda del frikismo en nuestro Soho.

Y esta es Málaga, la del este, la del oeste, la del centro y el norte. La que grita libertad y vuelta a la normalidad agarrándose hoy al deporte al aire libre y mañana al deseado hábito de pasear y disfrutar de su gente, de sus bares, de sus calles, de su luz. Porque por mucho que un gobierno de aficionados quiera zancadillear nuestro futuro, en Málaga tenemos inoculado el espíritu de libertad, respeto y disfrutar la vida. Porque en Málaga no sonreímos a la vida, la vida sonríe a Málaga. LIBERTAD.