Un poeta le puso un mote. La dama de la lámpara. Florence caminaba cada noche con una lámpara en la mano para vigilar la salud de los heridos ingleses en la guerra de Crimea, entre 1854 y 1856. La reconocida como primera gran servidora de la enfermería moderna era una niña bien que tenía que haber seguido el camino adecuado a su posición social y su género. Pero escogió la entrega en el cuidado del enfermo, entonces destinada a auxiliares en las labores básicas muy necesitadas de cualquier trabajo para driblar la pobreza.

Pero los padres de Florence, que la llamaron así porque fue probablemente concebida durante un viaje de estos a Florencia, no cejaron en el empeño de educarla muy por encima del empeño que en eso se dedicaba a otras chicas de su entorno. Su propio padre le enseñó Ciencia, Filosofía, Matemáticas...

Con 25 años Florence viajó por Europa y visitó Egipto. Pero no se quedó en admirar la torre Eiffel o las pirámides, sino en el estudio de los distintos sistemas de salud de los países que iba conociendo.

Con 30 años ya era enfermera, aunque nadie quería que lo fuese. Rusia invade Turquía. Los turcos eran aliados de franceses y británicos. Guerra de Crimea. La ruiseñora de los hospitales de campaña (Nightingale significa ruiseñor en inglés) llega a Constantinopla siendo ya superintendente del sistema de enfermería de los hospitales ingleses en Turquía. Todavía los hombres no se habían incorporado al cuidado médico y asistencial de los enfermos y heridos, de la misma manera que la profesión de galeno estaba aún prácticamente reservada para los hombres. Florence estaba al mando de unas cuarenta enfermeras que demostraron una capacidad sorprendente para, en sólo dos semanas, organizar la intendencia sanitaria: lavanderías que lavaban y desinfectaban la ropa de los heridos -las camisas nuevas para los enfermos las compró ella con su dinero y el de su familia-, cocinas para alimentar a cerca de mil soldados, y vigilancia lámpara en mano cada noche de la salud de la tropa. Sus biógrafos aducen que su trabajo redujo del 60% esperado a algo menos del 40% la mortalidad en aquellos campos de guerra. La lámpara era ella.

Isabel Zendal fue reconocida en 1950 por la OMS como la primera enfermera de la Historia en misión internacional. Hasta entonces sólo Florence Nightingale era lámpara con la que alumbrarse para todos aquellos que decidían prepararse para cuidar de los demás en las clínicas y los hospitales, en las guerras y en la paz. Pero 50 años antes de que Florence salvara las vidas de sus compatriotas en los campos turcos, la española Isabel se embarcaba en la operación filantrópica más alucinante pocas veces contada para llevar la vacuna de la viruela a medio mundo. El Dr Balmis, cuyo apellido da nombre como saben a la actual operación de limpieza y socorro de la UME contra la infección por coronavirus, no podía mantener con éxito las pupas en los brazos de aquellos 22 niños huérfanos durante meses en el barco. Pero sin la pus aún fresca de aquellas pupas conservadas de manera natural en los brazos de aquellos chiquillos no había posibilidad de llevar desde España la inmunidad contra la viruela, posiblemente la peor enfermedad a la que se haya enfrentado la humanidad de entre sus históricas pandemias, a América, China, Filipinas... Isabel fue la clave. Una madre soltera, hecha a sí misma, una pobre criada cuya despierta mirada despertó la mirada de su 'señor' y mentor y por eso aprendió a leer y a escribir y terminó gestionando el orfanato donde criar a su propio expósito. Sin ella nadie habría podido domeñar y cuidar a aquellos niños y su valiosa, aunque purulenta carga biológica.

Anteayer fue el día mundial de la enfermería. 200 años del nacimiento de Florence. 75 años del reconocimiento internacional de Isabel. Y hoy se cumplen más de dos meses de entrega y profesionalidad sin fisuras de enfermeras y enfermeros, nadie más en contacto que ellos con cada paciente ingresado por la Covid-19 en nuestros hospitales. Nadie arriesgando más y, desgraciadamente, en demasiadas ocasiones, peor pertrechados. Nadie, quizá, merecía más este humilde abrazo a distancia desde esta columna humilde que ningún año como éste se ha visto más iluminada por la encendida lámpara de la enfermería.