Estoico en el combate, culto en utopías, coherente en su honestidad. Nunca vendió su palabra, lúcida, comprometida, cruda en verdades que a todos les escocían. Tampoco medró en ningún ámbito ni usó máscaras con las que epatar en lo social, en la cultura, en el campo de lo político. Fue un hombre y un pensador áspero y a la vez dialogante, escuchaba siempre en guardia con una intensa mirada escrutadora, y desgranaba dedo a dedo los argumentos de una pregunta, las perspectivas de una respuesta. Lo entrevisté en mi época de Onda Cero, fascinado por su personalidad, compartiendo con él la misma fecha de cumpleaños y las lecturas sobre la ciudad ideal que fueron la bitácora del alcalde que siempre llevó dentro.

Julio Anguita elevó la política a filosofía y debate. Por eso ni los otros ni los suyos le dieron lo necesario para hacer realidad su política ética, de derechos laborales y humanos, defensora de un mundo menos hipócrita en el que todos hipotecan sus sueños y otros hacen de la impostura su éxito.

Se fue seguro que soñando su programa de progreso, y discrepando razonadamente con la muerte.

En la memoria nos deja la dignidad de su ejemplo, Valgan sus recientes manifestaciones: "En estos momentos de crispación que están aprovechando algunas fuerzas políticas hace falta serenidad, reflexión y sopesar razones".

Julio Anguita en estado puro.