Lunes. Me levanto muy temprano, o sea, a las diez y media. Me levanto definitivamente, quiero decir. La primera levantada fue a las siete. Miré el cielo, miré el reloj, miré el Twitter y miré portadas de periódicos. Leí un poema de Blas de Otero. A los poetas hay que leerlos sin legañas. Se les ven mejor las intenciones líricas. Y me volví a la cama. El plan era escuchar la radio pero casi oigo mis propios ronquidos. Como se ha hecho tarde para desayunar solo tomo dos cafés y un bocadillo gigante de jamón y aceite con tomate. Estudio. Entro a la una en la tertulia de Teodoro León Gross en Canal Sur, donde están en el plató Javier Caraballo y Patricia Godino. Magnífico programa al cabo de la actualidad. Contento. Recibo bastantes mensajes de gente que nos está viendo. Verás tú que me pongo a contestar a alguien y me desconcentro. No se me olvida enviar un saludito a los que nos han estado años y años hurtando y engañando con el tercer hospital para Málaga. Ni me creo que se vaya a hacer. Por la tarde vuelvo a los ‘Diarios’ de José María Souvirón. Me topo con una entrada en la que lanza unas invectivas y venablos, vamos, culebras y sapos, contra dos grandes diarios de la época, ABC y el Ya. Año 1958. Bellas reflexiones también sobre el amor y «las muchachas», estas entre lo espiritual y lo rijoso. Escribo mi columna. Como me ha salido en realidad un monólogo interior, lo leo en alto. Y ya está. Ya es un monólogo exterior. «Ya estoy escrito», que decía Ruano. Veo una de esas series que todo el mundo dice que es fascinante. A mí lo que me parecería fascinante sería que emitieran todas las noches El Ministerio del Tiempo. Salgo al balcón a no fumarme un cigarro.

Martes. Aurora Rodríguez Carballeira había criado a su hija, Hildegart, para que fuera poco menos que la redentora de la humanidad. Y fue un prodigio, una activista superdotada. Feminista, socialista, articulista y escritora precocísima. Pero Aurora no quedó satisfecha con su obra y un día entró a su habitación y le pegó cuatro tiros. 1933. El suceso conmocionó a la España de la República. Hay un ensayo sobre este parricidio, una película de Fernán Gómez del año 1971 y también Almudena Grandes trata la historia en ‘La madre de Frankenstein’. Pero yo llego, ahondo, en la historia por la novela ‘Los motivos de Aurora’, del austriaco Erich Hackl, escrita en los años ochenta y ahora recuperada por la editorial Hoja de Lata. La historia está contada de manera contenida. Es breve. Un poco hipnótica. Ficciona la realidad. Un asunto españolísimo visto por un extranjero. Fascinante.

Miércoles. Lo mejor del día ha sido llevar a mi hijo por la tarde a pasear y a que patine. Alcanza ya velocidades importantes. Me contagia entusiasmo. De eso sí quiero contagiarme. No hay nada mejor que hacer en esta época (¿en esta vida?) que contraer entusiasmo. Tan entusiasmado llego a casa que abro un buen vino para acompañar la cena: tacos de bonito con tomate. Descubrimos en Netflix la serie ‘Hollywood’, de Ryan Murphy (creador de ‘Nip/Tuck’ y ‘Glee’). Años cuarenta-cincuenta, el mundo del cine. Entretenida, buena. Colorida. Un poco buenista o edulcorada, dice algún crítico. Racismo, prostitución, lujo, glamour, sueños. «Eres un mariquita», le dice el gerifalte de unos estudios a un principiante de nombre vulgar. «Te puliremos. Y te llamarás Rock Hudson». Eso antes de incitarle amablemente a pasar a la trastienda de su despacho para culminar la entrevista.

Jueves. El primer día que nadie aplaude en mi calle. Se está creando un climita en España que parece que la gente ya no necesita las manos para aplaudir y sí para coger la escopeta. Un francotirador por ventana. Ahora.

Viernes. El cambio de fase me pilla en casa pensando si la ignorancia es atrevida. No. Es perezosa. Si fuera atrevida huiría de nosotros.