Mucho despotricar contra el sector público, mucho presumir de que ellas lo hacen siempre todo mejor, pero cuando, por el motivo que sea, pintan malas, no tienen las empresas el menor empacho en recurrir a ese Estado del que tanto abominan.

Lo vemos ahora con la industria automovilística alemana, que ha sabido siempre aprovechar como ninguna otra las puertas giratorias y presiona con fuerza al Gobierno de Berlín a favor de un plan nacional de estímulos a la compra de nuevos vehículos.

Los políticos más receptivos a la petición de ayuda del automóvil son los jefes de Gobierno de los "länder" (Estados federados) donde mayor implantación tiene esa industria, de la que dependen 800.000 puestos de trabajo en toda Alemania.

Es el caso de Baviera (BMW), regida por la Unión Cristianosocial y el pequeño partido de los Votantes Libres, Baden-Württemberg (Daimler), donde gobiernan los Verdes en alianza con los cristianodemócratas, y Baja Sajonia (Volkswagen), con una coalición de socialdemócratas y cristianodemócratas.

Los fabricantes no sólo reclaman una ayuda de 4.000 euros al comprador de un coche eléctrico o híbrido, que se sumaría a otras ya existentes, sino que piden que se prime también con 3.000 euros la adquisición de vehículos con motores de combustión, que son lógicamente más baratos.

Pese a que uno de los suyos está al frente de uno de los gobiernos regionales que más presionan a favor de esas ayudas, el de Baden-Württemberg, los ecologistas han puesto el grito en el cielo por la posibilidad de que se subvencionen también los motores de combustión aunque se trate de nuevos modelos.

Sostienen que el dinero de todos estaría mucho mejor empleado en impulsar la compra de transportes públicos más limpios y en la mejora de las infraestructuras para la electromovilidad que, sin ser la panacea, pueden suponer un cierto avance en la lucha contra el cambio climático.

También han llegado críticas de otros sectores de la economía que atraviesan desde hace tiempo dificultades, agravadas últimamente por la pandemia del coronavirus, y que son, junto al automóvil, la espina dorsal de la industria alemana.

Según el presidente del sector de construcción de maquinaria, Carl Martin Welcker, no se puede dar preferencia a unos sobre otros: si el cliente opta por comprar un nuevo frigorífico, modernizar su sistema de calefacción o aislar mejor su vivienda, debería tener el mismo derecho a una ayuda pública que quien desee cambiar de coche.

Lo que más ha indignado, sin embargo, al Gobierno de coalición que preside la canciller Angela Merkel es que las mismas empresas que reclaman ayudas al Estado para no tener que despedir a sus empleados quieran repartir millonarios dividendos entre sus accionistas.

El dirigente industrial antes citado lo reconoce: «No podemos insistir siempre en que el Estado debe mantenerse al margen y en cuanto nos va mal, buscar su ayuda».

Es lo que ocurre también con la principal aerolínea germana, Lufthansa, que pide al Estado subvenciones multimillonarias para asegurar su viabilidad durante la pandemia, pero que se niega al mismo tiempo a que aquél meta las narices en su gestión.