La conspiración puede ser que China ocultó el virus al mundo para evidenciar sus carencias. La sospecha se sitúa ahora en octubre en los juegos mundiales militares de Wuhan donde varios deportistas reconocieron sentirse enfermos con síntomas desconocidos hasta entonces. Los chinos admiten que el covid-19 ya existía, pero que no había invadido al hombre.

A un virus no le lleva el mismo tiempo invadir un ser humano que Polonia a la Wehrmacht por mucho que se tratase aquella de una guerra relámpago. La blitzkrieg, en su caso, suele ser más rápida. Y puede que tampoco resulte perceptible para el ojo avizor que asegura que el covid-19 estaba allí pero sin asaltar las defensas humanas. Hasta ahora la prensa china había informado de que el primer caso se remontaba al 17 de noviembre, basándose en datos no publicados por el gobierno de ese país y sin que haya una verificación completa del asunto, que se mueve en la misma nebulosa ambiental de la ciudad en que se produjo el brote. Tendría que pasar un mes para que se produjesen de uno a seis casos por día, hasta llegar a los sesenta contabilizados del 20 de diciembre. El Gobierno chino, acostumbrado a la opacidad, confirmaría más tarde a la OMS que el primer contagio se había diagnosticado el 8 de diciembre, pero las autoridades, con una negligencia supuestamente homicida, no admitieron públicamente la transmisión a personas hasta el 21 de enero, fecha en la que al mundo le dio por pensar que era una epidemia localizada y sin importancia propia de la falta de salubridad de un mercado y de la afición oriental por comer animales salvajes. Hay varias posibilidades: que los casos no se detectaran en ese momento, que sí ocurrió pero no se atribuyeron a una nueva enfermedad, o que se reconocieron y silenciaron. Los médicos que intentaron dar la alarma fueron represaliados.