Por favor, respeten la distancia de seguridad por favor!», amonestaba reiteradamente un cajero de un supermercado a varios clientes descuidados quienes, supongo que por su inconsciencia, no cumplían con la norma preventiva regulada. Cuando me tocó mi turno, le comenté mi agradecimiento por esas insistentes advertencias que, con un tono amable, se tornaban en una precavida receta para acatar el alejamiento establecido y así evitar males contagiosos.

Le apostillé con una máxima convertida en universal en esta desventurada época: -»Es que no aprendemos»-. A lo que el contador de productos transfigurado en prescriptor sanitario me contestó: -«Así es, es la condición humana»-. Tal muestra de madurez en su contestación me condujo instantáneamente a recapacitar sobre el contenido de la respuesta: la condición humana; más aún en este período de tanta incertidumbre y suspicacia, en el cual Málaga capital ya suma 7.770 denuncias impuestas por la Policía Local a sujetos temerarios y renuentes a cumplir las medidas de confinamiento decretadas por el estado de alarma. Individuos carentes de una actitud responsable y solidaria hacia sí mismos y su propio entorno -pueden ver las fotos de Pedregalejo del lunes-.

Las palabras de aquel cajero-tutor me llevaron a recordar a André Malraux, periodista, escritor, director de documentales, político y su libro La Condición humana, reconocida como una de las obras maestras del siglo XX. Como queda manifiesto que no sabemos ubicarnos en el lugar apropiado para entender el mundo -como en el supermercado-, el autor galo me advierte: «Qué extraña época, dirán de la nuestra los historiadores del futuro, en que la derecha no era la derecha, la izquierda no era la izquierda, y el centro no estaba en el medio». Es la condición humana, nos repetiría el señor cajero.