Lo pueden leer en un titular de este mismo diario. El PP insistió ayer en que el Gobierno discrimina a Málaga. El PP malagueño, claro. El de Cáceres lo que cree es que el Gobierno perjudica a Cáceres y el PP de Lugo estima que hay una conspiración mundial contra Lugo. No digamos nada del PP de Madrid, que opina que el Gobierno trabaja para arruinar Madrid. Yo imagino las reuniones del Gobierno y su orden del día. Punto uno, cómo arruinar a Madrid. Punto dos, cómo arruinar a Málaga, si bien los dirigentes del PP de Málaga creen que no, que el punto uno es Málaga.

Es cierto que Málaga tenía datos parecidos -de contagios- a otras provincias que han pasado de fase antes, pero Málaga tiene uno de los ratios de cama hospitalaria por habitante (y UCI) más bajo de España y una gran movilidad interna de personas, flujos y mercancías. A lo mejor uno es muy inocente y no son decisiones técnicas las referentes a desescaladas, pero tampoco creo que haya razones filantrópicas, de amor romántico o de idealismo en remarcar esa supuesta defensa del terruño, en embestir con esa machacona idea de que todo lo que hace el Gobierno es para jodernos. No a todos, a nosotros, a los malagueños. Es en realidad producto de un calculillo electoral. El discurso del agravio. Viejo recurso.

Estas mercancías averiadas que nos vende el PP también nos las vende el PSOE, cuyas críticas al estado de la sanidad malagueña y andaluza dan vergüenza, luego de las décadas que han estado engañando a los malagueños con el camelo del tercer o macrohospital, que jamás tuvieron intención de hacer. No en vano, perdieron la Junta, entre otros factores, por la percepción de que la sanidad y los servicios públicos se estaban deteriorando. En fin, no nos desviemos de la cuestión a ver si Sánchez ha convocado una reunión para fastidiar a Málaga. Con Simón esparciendo virus, Illa sacándonos tarjeta roja, Montero escupiéndonos, Pedro Duque enviándonos un asteroide y la tuna compostelana negándonos el saludo y la participación en Eurovisión y vamos a estar aquí tan tranquilos.

O sea, mirando como los mismos que clamaban por el hecho de que el confinamiento llegó tarde claman ahora para que todo se desconfine rápido y todos a la calle ya. Tanto clamar resulta incompatible con pensar.