Aquel baloncestista no presumía de ser el más listo, y muchos pensaban que desde luego no lo era. Lo pensaba el astuto Rajoy, hasta que el baloncestista en cuatro fintas y un desmarque lo devolvió al Registro de la Propiedad. Lo pensaba el rápido Rivera, con el que le bastó esperar a que se pasara de frenada. Lo pensaba el listísimo Iglesias, hasta que, creyendo haber hecho canasta, fue encestado en el vientre del poder. No tenía dudas Casado, que además de listo tenía cara de ello, pero, con exceso de personales por juego peligroso, tuvo que conformarse con chupar del bote de Vox. En cuanto a los catalanes, ayudaron al baloncestista pensando (como de costumbre) que ellos eran más listos; y sin duda lo eran y son, pero ahora cada uno por su lado. Cuando el baloncestista se hizo con la cancha todos los listos empezaron a pensar si se habrían equivocado con el que no lo era tanto.