Rafael Pérez Estrada no cabe aquí. No en la columna, en el periódico. Hoy su memoria incontenible vuela. Como volaban esas manos grandes con las que pintaba, escribía y te abrazaba. Manos siempre inquietas para apoyar con el revoloteo de su gesto su verbalismo fascinador. Cada mano de Rafael era un ala de esa 'paloma quiromántica' que, como escultura urbana, recuerda uno de sus mágicos dibujos en el centro de Málaga, la ciudad real que con maneras andaluzamente británicas imaginaba. Málaga es la ciudad en la que nació y murió. Pero, sobre todo, es la ciudad en la que quiso vivir. Su 'Alejandría'.

El contexto en el que se nace, el momento histórico, el lugar, la clase social y, sobre todo, la familia, nos condicionan desde la infancia. También a Rafael y a sus cuatro hermanos (José Manuel, Luisa, Esteban y Víctor, el más chico) les influyó su familia.

El padre médico, Manuel Pérez Bryan, fue presidente de la Diputación y luego alcalde en aquellos primeros años del franquismo (1943-1947), los años en que Rafael se iba acercando a la adolescencia. El doctor Pérez Bryan creó el servicio de Medicina Interna en el Hospital Civil y su labor clínica fue reconocida por el eminente Gregorio Marañón. Murió siendo aún joven, cuando Rafael rondaba los 25 años.

La madre, Mari Pepa Estrada, provenía de la alta burguesía política (el abuelo materno de Rafael, José Estrada, había sido ministro de Alfonso XIII). Fue pintora naif, gastrónoma, tertuliana en la radio y organizadora de sus propios desfiles de moda en aquel hotel Miramar -que al fin se reabrirá como hotel de lujo frente al mar de Málaga-. Llegó a nonagenaria, vio reconocida su activa vida social y publicó unas Memorias que definen su peculiar personalidad. Presencias potentes, por tanto, con las que crecieron sus hijos. Con las que creció Rafael, en su diferencia...

En el mapa de 'La República de Bilmore' que se puede ver en la exposición de su legado en el archivo municipal, junto al auténtico Peñón del Cuervo, destacan la punta García Baena, el puerto Estrada, el ex golfo Juvenal, el cabo Soler, la farola Díaz Pardo, el golfo Bayón o las islas Postigo, junto al Templo de la Duda razonable. Los nombres de semejantes accidentes geográficos se corresponden con el del propio Rafael y el de los habituales de aquellas comidas que durante años tuvimos los miércoles en el bar Bilmore, junto al paseo marítimo malagueño. Su querido Pablo García Baena, Juvenal Soto, articulista y también poeta; el enorme novelista Antonio Soler; el arquitecto José Ignacio Díaz Pardo (quien fue compañero de Rafael durante años); Félix Bayón, periodista y escritor, cuya risa libre y sonora celebrábamos sin descanso; Nª Señora de la Duda Razonable, que nos acompañaba a todos y que también se puede ver, dibujada por un Rafael convertido en demiurgo de advocaciones no procesionales, en el Archivo Municipal; o el Postigo que desde la distancia que dan las islas firma torpemente esta columna.

Aunque ese mapa de Bilmore no está completo, ya que también lo habitaron el profesor norteamericano Mark Aldrich, el también profesor y poeta Francisco Ruiz Noguera, su hermano Esteban y también Fernández Berjillos, Piero Tedde de Lorca, Esteban Casado, el historiador Fernando Arcas (pido perdón si se me olvida alguien) y, por supuesto, uno de los más grandes amigos de Rafael, hasta el final de sus días, el también escritor, que fue político relevante en la Transición, con peso en la Cultura de este país durante parte del gobierno de Felipe González, Rafael Ballesteros... Se cumplen hoy 20 años de la muerte de Rafael. Yo aún no consigo entenderlo.