La preocupación a nivel mundial por la actual pandemia del Covid-19 parece que lo llena casi todo. Es nuestra gran preocupación del momento y ha hecho que otras antes algo adormecidas ahora lo estén aún más. Actualmente mediados de mayo de 2020 hay unos 300.000 muertos confirmados a nivel mundial por Covid-19, la mayoría de ellos de edad avanzada. Según un estudio de la Universidad Johns Hopkins norteamericana se producirán aproximadamente 1,2 millones de muertos de niños en solo 6 meses por las desatenciones sanitarias hacia ellos al derivar los medios necesarios hacia el tratamiento de la actual pandemia.

Esta universidad estima que sólo por tuberculosis pueden aumentar los muertos en 1,4 millones en los próximos 5 años por las medidas de confinamiento del Covid-19. Más alarmante todavía es que la OMS calcula que cada año mueren actualmente 7 millones de personas debido a la contaminación, cantidad muy superior a las muertes previstas por el Covid-19. En los últimos meses previos al Covid-19 se habían multiplicado los mensajes ecologistas como: tenemos que reciclar, debemos retirar el plástico, vamos a descarbonizar y a ahorrar agua...

Todo esto ha quedado en buena medida parcialmente olvidado por la actual pandemia. Pero en realidad, ya antes de la pandemia faltaba eco-realismo y ahora después de ella aún más. Hay multitud de trabajos científicos rigurosos y revisados por pares que demuestran que los graves cambios climáticos producidos en los aproximadamente últimos 60 años son debidos a la acción del hombre. Quizá estemos ante el mayor reto de la historia de la humanidad. Hay tres razones principales por las que hemos llegado a esta situación de degradación medioambiental: a) El elevado nivel de población. Actualmente hay unos 7.600 millones de habitantes en el planeta y la ONU prevé que a finales de siglo se alcanzará su máximo en unos 11.000 millones. El crecimiento de la población es muy desigual siendo mucho mayor en África y descendiendo en varios países occidentales. En general la población mundial está envejeciendo principalmente en los países desarrollados, lo cual es un éxito y no un fracaso pues, por un lado, supone que vivimos más años con buena calidad de vida y, por otro lado, hay una bajada de natalidad ligada en gran medida a la autonomía financiera y emancipación de la mujer. La baja natalidad de los países desarrollados genera problemas económicos en el actual sistema productivo y de vida.

El apoyo a la natalidad parece poco útil como lo prueba Suecia que tiene un sistema de protección hacia la familia muy alto y pese a ello no alcanza la tasa de reemplazo de 2,1 hijos por mujer. En general, los países subdesarrollados tienen unas poblaciones bastante jóvenes con elevadas tasas de natalidad que los lleva a una persistente pobreza. Es imprescindible llegar a un control de natalidad en estos países. Se considera bastante problemático vivir en un mundo de 11.000 millones de personas en condiciones similares a las actuales de producción y consumo y con una calidad de vida aceptable. b) Excesivos consumo y despilfarro. Si todo el mundo consumiese recursos como lo hace Estados Unidos e incluso como Europa la vida en la tierra sería inviable hace ya varios años.

El sistema económico basado en el consumo desaforado es absurdo por imposible si se generaliza. Se están produciendo algunos cambios técnicos que mejoran la producción y el consumo. Por ejemplo, se están sustituyendo centrales térmicas por energías renovables, la eficiencia de motores es mejor y estos contaminan menos, las nuevas lámpara led consumen menos, etc.

El problema más difícil será cambiar la forma de vida hacia un sistema menos consumista, dado que el actual sistema productivo se basa en el consumismo. c) Grandes desigualdades de renta y riqueza. Un hogar de los más ricos emite aproximadamente 20 veces más CO2 que uno de los más pobres. La degradación medioambiental está íntimamente relacionada con la riqueza, los ricos consumen más y contaminan más. La desigualdad de renta es una consecuencia indeseada del sistema de economía liberal que premia los resultados según la meritocracia, lo cual en opinión del filósofo Michel J. Sandel es inmoral pues el énfasis que predomina en el deseo de ascender y prosperar empuja a los ganadores a emborracharse con su éxito y a despreciar a quienes no logran tales metas. Además, como indica Tim Kasser, psicólogo de Knox College, las personas que priorizan valores como el éxito profesional, el dinero, el poder y el estatus probablemente tendrán actitudes menos favorables al medio ambiente y una mayor posibilidad de consumir recursos naturales de forma insostenible.

Los cambios necesarios en el sistema de vida para solventar los problemas que nos llevan al desastre climático tienen que venir necesariamente del ámbito gubernamental y del privado. Los ciudadanos debemos hacer cambios importantes en nuestros hábitos de consumo como usar menos vehículos privados, reciclar más, fomentar el consumo ecológico, consumir menos en general, etc. Los esfuerzos individuales serán poco eficaces si los gobiernos no actúan de forma decidida, legislando a favor de los cambios necesarios y penalizando las industrias y comportamientos no ecológicos, incentivando inversiones en energías renovables, en eficiencia energética, en reciclaje, en digitalización...

*Machado es profesor de Economía