No soportaba la cegadora luz de la calle y escondió la cara entre sus manos mientras su hijo empujaba la silla de ruedas en la que se movía lentamente por la acera ya fuera del hospital.

Acabo de salir y la realidad me golpea, a mí, que salgo del infierno. Tras ¿cuántos días?, más de dos meses entre la UCI y la 603. De aquella UCI apenas recuerdo nada, sombras fugaces, murmullos indefinidos, me quedan las escaras en la espalda, eso sí, allí perdí más de veinte kilos que me habría gustado quitar de mí en otro momento. Allí conocí el miedo como nunca lo había sentido, creí que me iba sin ver siquiera una cara querida.

Veo la ciudad vacía y no sé si es la misma, ¿cuántos se han ido?, Dios mío, qué sufrimiento, y ahora no puedo dar un paso si no es con una ayuda amiga. Fue justo antes de que me intubaran y sedaran cuando conocí ese miedo frío, creí que de verdad me iba, ¿despertaría? Lo recordaré toda mi vida. Monitores, respiradores, bombas de perfusión, cortinas. Desde la cama me despedí para mis adentros. Estás desnudo, solo un pañal, qué poca distancia de la normalidad a aquello, lleno de tubos, la boca abierta, no estaba preparado, nunca se puede estar preparado para el horror, y nunca habría pensado llegar a esta situación. Ahora tengo que valorar que vivo, hecho un muñeco de trapo pero vivo, sobreviviente del espanto.

Me tendré que acostumbrar a tantas cosas, por segunda vez aprenderé a caminar y a soportarme en el andador, a dejarme duchar por ella€ a tantas cosas. Ahora puedo respirar, pero hubo un momento en el que no pude, creí que me asfixiaba y me invadió un gran sollozo. Ahora todo me queda grande, pero es lo de menos. La camisa, los pantalones€ puedo tocarme todavía la herida de la traqueotomía. No quisiera verme en una foto de aquel tormento, por favor, no quiero.

Para ellos también ha sido muy duro, durísimo, y sigue siéndolo, porque ellos -médicos, enfermeras, auxiliares, las limpiadoras de todos los turnos€- se quedan allí, bueno, se van pero vuelven de nuevo, y se les escapa, literalmente, de las manos unas vidas y otras las retienen con fuerza y las sacan a flote como la mía€ He conocido a algunas personas por sus voces cuando estaba con los ojos cerrados, prefería cerrar los ojos, y esta mañana he visto ese cartel pintado de lápices de colores, no sé si por un niño, en aquel pasillo de cristales.

En la UCI no he pensado nada, he sentido, en la habitación sí he tenido ocasión de pensar, y mucho, y tantas veces lo mismo, el valor de la vida, de los míos, de que el pasado ya se ha ido y cómo sería el futuro. No he podido leer ni una línea de ningún libro, ni un periódico, y comer me costaba, me cuesta, un trabajo enorme, llegué a tener un coágulo, no sé dónde, ahora estos recuerdos están anclados dentro de mí y temo que no me abandonarán ya más. No sé si es bueno olvidar o tener presente tu vida en peligro, de hecho somos parte de alegrías y parte de las sombras de nuestras vidas.

No he sonreído una sola vez y no creo que pueda esbozar ese gesto en mis labios nunca más. He aprendido tanto sin darme cuenta de que lo hacía. Alguna conversación he tenido, ya en planta, con un médico, hablando yo muy despacio mientras él muy atento escuchaba. Me llevo tantas cosas, pero sería incapaz de escribirlas, ni siquiera una poesía, estoy roto. Tengo que salir de este zulo interior poco a poco, en casa, y con la ayuda de la fisioterapeuta, ¿verdad, hijo? Estoy convencido de que en nuestra existencia hay momentos en los que se ha sufrido más que en el último instante y, sin embargo, casi todo el mundo le tiene miedo al dolor de ese segundo tan decisivo que te sorprende presentándose en tu puerta sin que puedas hacer las cuentas de tu vida. Alfonsina Storni había dejado dicho:

Tengo el presentimiento que he de vivir muy poco.Esta cabeza mía se parece al crisol,purifica y consume.Pero sin una queja, sin asomo de horror,para acabarme quiero que una tarde sin nubes,bajo el límpido sol,nazca de un gran jazmín una víbora blancaque dulce, dulcemente, me pique el corazón.