Si no sabes cómo resolver la narración, introduce una conexión accidental con el nazismo. Un personaje con un oscuro pasado en las SS, un anciano que fue internado en los campos, un saqueo artístico. La ficción contemporánea no es deudora de los doce años de Hitler en el poder, sino que se limita a continuarlos bajo una envoltura literaria. No ha de sorprender tanto la vigencia de aquel periodo negro como el eclipse del último siglo de reconstrucción europea. Hasta la efervescencia de los inflados años sesenta palidece frente a la tragedia inducida por los nazis.

Nadie se acercará a un libro que afronte el conflicto palestinoisraelí, interpretado a menudo como un nazismo con los papeles cambiados. Todas las películas sobre las modernas guerras de Mesopotamia, donde se han vulnerado los derechos humanos a mansalva, han sido un fracaso estruendoso en taquilla. Ahora bien, aderezas tu guion con una pizca de Alemania años treinta, y los críticos coincidirán en la actualidad de la historia. Odiamos más a Hitler que a Satanás, pero nunca tenemos suficiente del tirano, destinatario de un mayor número de blasfemias que cualquier divinidad vigente o trasnochada. El número uno.

La fascinación por el nazismo no necesita riego, aprovecha cualquier efemérides para florecer. Así, los 75 años de la liberación de Auschwitz preludiaban doce meses festejando los éxitos aliados de 1945. La mayor parte de la producción enfocada contra la esvástica es deplorable, ya se trate de niños con el pijama a rayas o de guardianes atrabiliarios. Entre los narradores principales, qué gran autor sería Primo Levi si se atreviera a escapar de su experiencia. En cambio, Imre Kertész o Elie Wiesel son irrecuperables con Nobel. No debería sorprender que entre los testimonios de la tragedia se cuele más de un impostor, sino que los falsarios resulten más creíbles que los auténticos protagonistas del genocidio.

Los propios fundadores del estado de Israel se avergonzaban de la falta de combatividad de sus antecesores, que compensaron con los asesinatos programados del Mossad, en tanto que Hannah Arendt era martirizada por insinuar la cobardía en La banalidad del mal.

Por si lo anterior resulta excesivo, vamos con la pregunta de un entrevistador al judío Leonard Cohen:

-Si hay justicia, ¿dónde está Hitler hoy?

-Oh, probablemente bebiendo té en algún lugar con Franklin Roosevelt. Hemos de reservarnos un caudal de modestia cuando discutimos estas cosas.