De «momento Hamilton» ha calificado, no sin un punto de exageración, el vicecanciller y ministro alemán de Finanzas, Olaf Scholf, el nuevo plan franco-germano de creación de un fondo europeo de medio billón de euros para la reconstrucción de los países de la UE más golpeados por el coronavirus.

El político socialdemócrata se refería así a la creación en 1790 por Alexander Hamilton, uno de los 'padres fundadores' de los EEUU, de una unión fiscal que impidiese la quiebra de las primeras colonias que se rebelaron contra el poder británico.

Hamilton, creador del primer banco de EEUU, antecesor de la actual Reserva Federal, logró convencer a las antiguas colonias de que la mejor forma de cohesionar al joven país era mutualizar las deudas de guerra, lo que iba a permitirle a su vez a Hamilton aumentar sus competencias fiscales en todo el territorio.

Aquél fue el primer paso hacia la constitución de lo que hoy conocemos como los Estados Unidos de América, un proceso de federación del que los países europeos, justo es reconocerlo, encerrados cada vez más en sus egoísmos nacionales, están muy lejos.

De hecho, nada más anunciarse la propuesta de creación de ese fondo europeo para la reconstrucción de los sectores y regiones más afectados por la pandemia comenzaron las críticas por parte de los países que han mostrado siempre mayor desconfianza hacia los del Sur por la tendencia al derroche, a la corrupción y al desgobierno que les atribuyen.

Mientras que el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y su colega italiano, Giuseppe Conte, calificaron la propuesta de Berlín y París de paso en la buena dirección, los Gobiernos de Austria, Holanda, Dinamarca y Suecia anunciaron que presentarían una contrapropuesta, consistente, como se ha sabido después, sólo en créditos blandos que cada país habría de devolver.

Tampoco parecen favorables a la iniciativa franco-alemana de mutualizar esa deuda puntual para la reconstrucción tras el pandemia los países del Este de Europa, que temen que el dinero destinado al fondo propuesto vaya en detrimento de las ayudas agrícolas y al desarrollo regional que aquéllos reciben de Bruselas.

París y Berlín pretenden en efecto que el dinero del fondo para la reconstrucción no tengan que devolverlos los países directamente beneficiados ya que se trataría sólo de transferencias: los créditos los asumiría la propia UE, que los devolvería a partir del año 2027, utilizando para ello el presupuesto comunitario.

Según el vicecanciller alemán, la preocupación que manifiestan los críticos no tiene razón de ser: esos créditos se devolverían además en un plazo muy largo, de unos veinte años aproximadamente, y la ayuda prestada serviría mientras tanto para reforzar la integración de la Unión, como ocurrió en su día en EEUU con el plan de Alexander Hamilton.

No todos comparten, sin embargo, en Alemania el optimismo de Scholz, sino que muchos ven la propuesta como una cesión a París y un abandono de la línea que había venido defendiendo hasta ahora Berlín: el rechazo de todo lo que pueda parecerse a lo que se conoce en la jerga económica como una «unión de transferencias».

Scholz es, con todo, realista y cree que la UE seguirá siendo durante muchos años todavía una Europa de Estados independientes, con sus diferentes culturas, lenguas y tradiciones, aunque unidos por unos valores comunes como son la democracia liberal, el Estado de derecho y a la economía social de mercado. Valores, por cierto, últimamente en entredicho en algunos países miembros como Polonia o Hungría.

Pero el club europeo tiene que presentarse unido si pretende enfrentarse con posibilidades de éxito al reto de las viejas y nuevas potencias como EEUU, Rusia, China, la India o Brasil, que compiten por ganar influencia en un mundo que no es ya bipolar como durante la Guerra Fría ni tampoco unipolar cual lo soñaron algunos tras la caída del 'telón de acero'.

El principal problema que afecta a la Europa actual de los Veintisiete son sus divisiones internas, agravadas tras la última ampliación y que no han acabado ni mucho menos con la salida del club del Reino Unido.

Tiene pues por delante la propuesta franco-germana un camino difícil: no sólo han de dar su visto bueno los distintos gobiernos de la UE, algo nada sencillo como se está ya comprobando, sino que deben además aprobarla la Eurocámara y los diferentes parlamentos nacionales. ¡Se admiten apuestas!