Por la tarde, me siento en el borde del acantilado a contemplar la puesta de sol desde la punta del iceberg. Cuando está el mar en calma, los rayos iluminan un empedrado de baldosas amarillas hacia el horizonte. En ocasiones diviso cargueros con un sinfín de contenedores que transportan mercancías de un punto a otro del mapa. Imagino que las ilusiones que custodian sus bodegas realizarán los sueños de sus destinatarios cuando lleguen a puerto, pero por el momento navegan sobre un océano de incertidumbre.

Un oscuro temporal me tiene envuelto el continente desde hace más de setenta días. El mar se agita vorazmente y se ha tragado varios trozos del iceberg mientras me empuja hacia el trópico. Si no consigo virar a tiempo, la tierra en la que vivo se derretirá más temprano que tarde. Aún así, al llegar la hora, me siento a contemplar el ocaso. Ayer había marejada. Me custodiaban dos cargueros, uno al frente y el otro a la espalda. Ambos, desde su perspectiva, me divisan en uno de los extremos del iceberg. Dos capitanes. Cada uno con sus prismáticos. El que está de frente comenzó a hacerme señales en morse con un espejo. Tenga cuidado con caerse, decía el mensaje, está usted demasiado escorado a la izquierda. Por el contrario, el capitán del carguero que viajaba a mi espalda, también me mandaba mensajes. Tenga cuidado con caerse, decía, está usted demasiado escorado a la derecha.

No hice caso. Yo siempre tengo la misma perspectiva cuando escribo, y el sol siempre sale por el este y se pone por el oeste. Les contesté a ambos, pero ninguno pareció leer mis señales. Poco les interesa a los capitanes de un barco la opinión de un tipo demasiado desviado hacia el lado erróneo (según su posición, claro está). Los dos cargueros continuaron su navegación. Cada uno con su rumbo. Ninguno me preguntó si necesitaba ayuda. Tal vez porque pensaban que es peligroso acercarse a un iceberg, sobre todo con el mar revuelto.

Cuando se trata de direcciones, parece que todo el mundo sabe muy bien hacia donde avanzar, hasta los que se pierden. Nadie consulta las cartas de navegación. Preocupados por su propia carga, a ninguno le interesa conocer la de otros barcos. Y el mar que separa ambas trayectorias cada vez está más agitado.

Últimamente la manipulación es la dueña absoluta de las rutas comerciales. A los piratas siempre les ha favorecido la tempestad, y despliegan velas para abordar al contrario. La censura y la estadística por barlovento, la ira y la agitación por sotavento. Y España escorada en medio del temporal, acercándose con peligro a las rocas. Los que me ven a un lado o al otro del iceberg me darán o me quitarán la razón según les convenga, pero a ninguno pienso comprarles el billete. Yo solo viajo en época electoral.

Todas la mañanas salgo a navegar con mis amigos. Nos gusta pescar con la mar en calma y echar un rato de tertulia y amistad, porque aunque pensemos de forma diferente, ninguna ideología puede sustituir al mejor de los amigos. Los hay que quieren avanzar hacia el este y otros hacia el oeste, pero cuando nos ponemos de acuerdo y remamos juntos avanzamos más rápido y sin sobresaltos. No hay otro modo de prosperar que mover los remos a izquierda y derecha. Ya sé que no me daréis la razón. A nadie le gusta remar cuando hay motores que hacen el trabajo. Lo que pasa es que el manejo del motor solo es cosa de uno.