Abrieron los museos en Málaga y la verdad quedó expuesta. Durante el primer día, con entrada gratuita, escasa afluencia. Los museos no son nadie sin los turistas. Mucho arte tiene que tener una ciudad para mantener la rentabilidad de sus museos solo con la asistencia de sus nativos. Habrá ciudades que visite tan poca gente que al turista lo tendrán expuesto en un museo. Visitar un museo siempre te cambia. Sobre todo porque a la salida, que es donde está la tienda, te dejas una pasta en objetitos monísimos y, claro, quedas más pobre. Hay museos que tienen cafetería y cateferías que tienen museos. A veces, lo más realista que puedes hacer es visitar una exposición surrealista. Conozco gente a la que el arte moderno los deja helados: hay que bajar el aire acondicionado. Sé de muchos que han ligado en un museo, se acercan a un chico o una chica y dicen algo sesudo pero gracioso sobre el cuadro o estatua en cuestión y pegan la hebra. A mí solo se me acercan los vigilantes para decirme que no me pegue tanto a la obra. Con algunos defectos en la vista, todo arte te parece de Botero. O del Greco. Luego está el Museo del Jamón, cadena de bares principalmente en Madrid, donde los jamones cuelgan del techo y el que no se extasia es porque no quiere. O no puede pagarse una ración. Todo buen viajero se ha dicho alguna vez en un museo: aquí no pinto nada. Sobre gustos está casi todo escrito. Pero lo que no puede escribirse es «no me gusta La rendición de Breda». No estaría uno en sus cabales.

Dijo Picasso que la inspiración llega pero tiene que pillarte trabajando, si bien a él lo pilló no pocas veces en una taberna de París o arreglando un desaguisado amoroso. De hecho, a lo mejor ni fue él quien dijo tal frase, que se le debió ocurrir a alguien que estaba trabajando o pensando. Si llega a estar en la playa, lo mismo se le olvida anotarla. Hay que ir al Pompidou y al Ruso, al Thyssen, al Revello, al del Vino. Y al Picasso (con o sin inspiración) e incluso al del Vidrio y al del Automóvil, que lógicamente es en el que más fácil se aparca. El borrachín que entra a un museo siempre prefiere mirar un bodegón. La Cultura puede salvarnos. Y si no lo hace, procura un entretenimiento de calidad que hace que todo se pase más rápido. El coleccionismo es el refinamiento del egoísmo. Pobre del que nunca haya soñado con robar una obra de arte. O que al contemplar alguna no se haya quedado a cuadros.