Echaba y, en parte, echo muchísimo de menos los bares porque, aunque se estén adaptando a las fases decretadas por el desgobierno central, se echa en falta la ebullición natural del trasiego que generan con su tránsito de conversaciones y el tráfico de personajes que lo frecuentan.

Siempre he considera a los bares como un gran laboratorio del que emanan desde las ideas más descabelladas a las más grandes. Como un centro de opinión que ayuda a calibrar el estado de ánimo del pueblo o de un barrio concreto de la ciudad en el que se encuentre. Es el focus group perfecto para pulsar las opiniones y las preocupaciones de un estrato concreto de nuestra sociedad.

Recuerdo aquellos veranos que los pasaba trabajando en los negocios de restauración vinculados a mi familia durante las vacaciones del instituto, y los que pasé trabajando en el bar Galeón de la Residencia Militar. Además de realizarme y experimentar la sensación de independencia que te daba ganar el dinero con tu propio esfuerzo, confeccioné mis primeras encuestas de andar por casa vinculadas al tipo de bebida que pedía cada cliente. Y el resultado tenía un acierto mayor del que puede ofrecer el trabajo de cualquier 'gurucito' que hoy sacan pecho como asesores de cualquier partido político, y el mismo Tezanos que se ve va poco a los bares.

Estaba comprobado que quienes bebían vino blanco comulgaban con unas ideas, los del tinto eran más reservados, los que preferían refresco optaban a otras opciones, etc. Y así pasaba el verano perfeccionando qué bebida acompañaba a cada forma de pensar. ¿Y cómo llegaba a la conclusión? Muy sencillo, las barras de los bares se convertían en auténticos parlamentos donde todo el mundo expresa sus opiniones, y con la política no iba a ser menos. Cuando llegaba la hora del aperitivo allí que se abría el espacio de opinión, cual Clave de Balbín en modo barrio, para disertar sobre el problema y la solución. ¿Y quién aclaraba las gargantas a cada mitin y 'Castelar'? La bebida elegida y yo haciendo de ujier rellenando la copita.

El tema y los debates iban por día perfectamente organizados con un cronograma completo de temas vinculados a los problemas que a la sociedad le importaba en esos tiempos. Así los lunes venían con el mono de entrenador de fútbol puesto para analizar la jornada futbolística del fin de semana. Y los viernes tocaba 'Parlamento' todos con el traje de presidente del gobierno para analizar el Consejo de Ministros o lo que había deparado la semana en el ámbito político. Sin dejar de pasar por alto el complicado papel de crítico taurino cuando tocaba presenciar las corridas de toros de la feria del momento emitida en la Primera cadena.

Actualmente al papel de entrenador de fútbol, presidente del Gobierno y de crítico taurino habría que añadir el de sanitario o experto en pandemias. Cuántas master class nos hemos perdido durante este confinamiento analizando la situación sanitaria por la que atravesamos. Cuántos Severos Ochoas hemos tirado por la borda por culpa del encierro obligado. Además con el gran mérito de aportar soluciones económicas, sociales y sobre todo contundentes e inmediatas que resolverían el problema bajo el lema 'el Covid lo soluciono yo en 10 minutos', auténticas amenazas para los Trump, Macron, Merkel, etc.

Es cierto que los tiempos han cambiado y los parlamentos de barrio, los bares, no iban a ser menos. Ahora los aspirantes a presidentes del Gobierno son analistas políticos y los entrenadores de fútbol scouting, pero ninguno de ellos libres de sufrir las artimañas que los Rasputines pertenecientes a cada organización política ponen en liza para intentar canalizar su interesada propaganda en cada opinión en función aprovechando el púlpito que se elija para soltar la perorata.

La propaganda existe desde la Roma antigua, pasando por la de la Contrarreforma y consolidándose en las dos grandes guerras mundiales. En la Primera donde los Estados Unidos machacaban a base de titulares a los alemanes, y en la Segunda donde bolcheviques y nazis la utilizaban para arengar a sus parroquias y agitarlas. ¿Les suena?

Ayer eran las noticias falsas, como las que generaba Goebbels a través de su ministerio de propaganda nazi que fue capaz de fabricar y vender más de un millón de radios en una Alemania de preguerra que pensaba que era un gesto de modernidad. El alemán de a pie creía que tener una radio era lo más, cuando en realidad iba a sufrir un constante bombardeo de mensajes condicionados por los nazis en absolutamente todas las cadenas intervenidas. Radios que emitieron una de las grandes fakes news del momento inventándose el ataque de Polonia a los alemanes que habitaban en la frontera que unían ambos países, traduciendo la barbarie en inglés para intentar evitar que Inglaterra participase en la guerra una vez que Hitler invadiera Polonia al falso auxilio de sus compatriotas ubicados en tierras polacas.

Hoy los ideólogos y pensadores son otros con distintas armas pero con el mismo libro de estilo, porque la maldad también se emplea como manual de conducta recogida en las enciclopedias del terror. Aun así volverán a abrir los bares y volveremos a brindar por la libertad.