Al igual que numerosos profesionales de enfermería que hoy se encuentran en la primera línea de batalla frente al SARS Cov-2 (Síndrome Agudo Respiratorio Severo), Florence Nightingale -de quien este año se celebran los 200 años de su nacimiento- lideró el cuidado de los heridos británicos durante otra batalla: esta fue la guerra de Crimea (1853-1856). Nightingale (Florencia, 1820-Londres, 1910) consideraba que una atención sanitaria adecuada necesitaba disponer de un entorno saludable que debía de incluir aire puro, agua limpia, alcantarillado eficaz, limpieza (insistía en la práctica de la higiene de manos) y luz.

Con todas estas medidas logró reducir la tasa de mortalidad de los soldados hospitalizados de un 60% a un 31%. Y con los conocimientos adquiridos, al regresar al Reino Unido, en 1856, reformó el sistema hospitalario militar. Más tarde, en 1860 establecería la Escuela de Enfermería en el Hospital Saint Thomas de Londres, siendo la primera Escuela laica de Enfermería del mundo. Ofrecer cuidados excelentes es un arte y, especialmente, una vocación. Pero los cuidados humanos, para que resulten eficaces, además de técnica necesitan corazón.

Con motivo de esta pandemia que nos ha tocado vivir, tal vez la sociedad se haya dado cuenta de la injusticia que se comete con algunas profesiones al no ser valoradas como se merecen, y que, incluso deseo y espero que las propias administraciones hayan tomado buena cuenta de ello. Sin duda alguna, los aplausos que hoy ofrece la ciudadanía deberían ser, también, para «la dama de la lámpara», como así fue conocida Florence, por sus recorridos nocturnos entre los pacientes bajo la iluminación de una lámpara de aceite.

Por sus desvelos con los soldados heridos y moribundos, y la búsqueda de la mejor evidencia posible para su época (tenía importantes conocimientos en matemáticas y estadística), Florence se presenta como el modelo de la enfermería moderna. La realidad actual nos ha hecho conscientes de nuestra vulnerabilidad y de que necesitamos más y mejores profesionales sanitarios. Es por esto que, el 'Día de la Enfermería', celebrado el pasado 12 de mayo, ha dado la ocasión para invocar a todos los gobiernos a aumentar la inversión en su formación, en su desarrollo profesional y en la mejora de sus condiciones laborales. En definitiva, la campaña mundial es un llamamiento a resaltar la gran contribución de estos profesionales en el sistema sanitario. En esta pandemia, los sanitarios no son los héroes.

Han de ser recordados como los grandes esforzados, tanto por la peculiaridad de su trabajo como por la carestía de los medios que han tenido a su alcance para desempeñar su trabajo con unas mínimas garantías (ya se han contabilizado 75 sanitarios fallecidos en pleno acto de servicio). Pero los verdaderos héroes son los pacientes. Ellos han tenido que aguantar el sufrimiento, el dolor y la soledad, al no tener cerca a sus personas más queridas y, en muchas ocasiones, por desgracia, sin la ocasión de despedirse definitivamente de ellas. Estos son los auténticos héroes a quienes bien merece que les rindamos un homenaje.

Los sanitarios son profesionales que velan por la salud de los ciudadanos. Y necesitamos construir, entre todos (administraciones incluidas), el presente y el futuro de las profesiones de la Salud. Unos profesionales que, una vez más, han demostrado ser esenciales; profesionales, por tanto, que han de ser reconocidos social y económicamente en función de su meritorio, sacrificado y arriesgado trabajo.

Que los aplausos desde las ventanas no sean únicamente la respuesta a su labor cotidiana; que esos aplausos no se los lleve el viento, sino que sirvan de motivación, de estímulo para reafirmar y vigorizar a las profesiones sanitarias y, por ende, a la enfermería, a cuyos integrantes yo considero «los ángeles sin alas».