Aunque la guerra no haya acabado y el coste humano sea muy alto, España está cerca de superar la mayor epidemia de su historia reciente. Pese a la frágil solidaridad entre generaciones, con demasiada gente eludiendo las medidas para frenar la masacre de los mayores, la sociedad en su conjunto asume las nuevas formas de vida con cierta diligencia. Arrecia, y se ahondará, la crisis económica, pero la UE ha reaccionado por una vez de modo contundente. Aunque la tensión separatista no cede, ni lo hará, parece haber perdido virulencia. La aprobación, ayer, del ingreso mínimo vital no solo es un paliativo de la pobreza que el sistema genera, sino un factor de paz social. Incluso el relato del enfrentamiento civil, con bandoleros de segunda generación, marquesas de quinta, guardias civiles a caballo y espadones, es tan chusco que la gente normal lo sigue como una parodia de época.