La historia se escribe con datos. A los números, como a los buenos mostos, hay que dejarlos fermentar. Luego, por mucho que queramos correr, tardaremos en disponer de lo que hemos vivido para que el relato perdure en el tiempo. La inteligencia artificial se nutre de frases así de simples, correlacionadas como los millones de curvas de nuestro cerebro. Digerir lo que nos está pasando requiere una larga y reposada digestión. Y ni las máquinas nanotecnológicas resolverán en pocas semanas el verdadero alcance de esta pandemia.

Las primeras víctimas andaluzas de la enfermedad del COVID-19 se registraban en la provincia de Málaga hace justo 80 días. De repente, junio. Ayer tormenta, de las de manual. Que hasta el 40 de mayo tú ya sabes. Preámbulo de playas abiertas, con la esperanza de haber doblegado pronto al mal bicho y de tener por la Noche de San Juan todos los alojamientos listos. Como dispuestos están los futbolistas, a retomar la semana que viene las dos máximas competiciones españolas.

Nada será igual. Hasta Lionel Messi, más dado a hablar con el balón que ante los micrófonos, reconoce que ni este deporte será ya igual. Ni la vida «en general tampoco», expresa en la entrevista concedida a El País Semanal. El blaugrana recalcó el dolor de miles de familias que no han podido despedirse de sus seres queridos y, respecto a su deporte, manifiesta la incertidumbre que genera a los profesionales la situación en la que van a quedar las empresas patrocinadoras.

El debate económico ha sido recurrente, como es lógico, durante estos 80 días, nada más anunciarse el estado de alarma y el confinamiento de toda la población. De hecho, el regreso del fútbol ha estado condicionado desde el primer momento por las posibles pérdidas financieras que pudiese acarrear la suspensión de los torneos en marcha. Francia, por ejemplo, decidió anteponer la salud colectiva y la de los propios jugadores, al dar por finalizada la competición. Algo que también ha ocurrido en Países Bajos o Escocia.

Cancelados también Juegos Olímpicos, Eurocopa, ligas europeas de baloncesto o eventos en los que no cabía el aplazamiento, otros deportes globales sí que han podido buscar nuevas fechas en el calendario. También en suelo galo, el Tour se retrasó a las semanas que tenía reservadas la Vuelta a España y, justo después, arrancará en París el torneo Roland Garros de tenis. Será un año atípico en todos los aspectos. Porque las estrellas futbolísticas se jugarán la Liga de Campeones en agosto y para el propio mes de septiembre iniciarán una nueva temporada.

Cómo afectará el coronavirus a las entidades deportivas, con esa recesión de dimensiones desconocidas que se avecina. Ni siquiera Messi es capaz de ocultar su preocupación. Hemos visto cómo las firmas no se atreven a dar pistas sobre su futuro ni en grandes circos planetarios como la Fórmula 1. En mitad de las quinielas por los asientos vacantes para 2021, hasta se debate sobre la opción de las «parrillas invertidas» que, con carreras dobles, salven el calendario de este año.

Quedan muchos experimentos por ver de aquí a diciembre. Pero todos estarán relegados en importancia frente a esos otros que se cuecen a fuego lento en laboratorios que persiguen vacunas y fármacos contra la peor pandemia en 100 años. Unos espacios en muchos casos muy deficitarios en recursos y donde trabajan, con el futuro de millones de vidas humanas en sus manos, científicos que pasarán gran parte de su vida en el anonimato más absoluto. Ya le ocurrió al propio epidemiólogo palentino Fernando Simón, hasta iniciar hace casi 80 días sus ruedas de prensa diarias.

Ninguno de esos investigadores aspira a ser portada de la revista Forbes, la referencia para millonarios e influencers. Esta publicación acaba de informar de que por primera vez un tenista se sitúa como el deportista mejor pagado del mundo. Algo también debe estar cambiando en el mundo para que Roger Federer, a sus 38 años, no sólo adelante a Cristiano Ronaldo, sino que también al propio Messi.