Para celebrar que ya se podía ir a la playa, me quedé en la cama hasta las once, leyendo 'Alegría', novela finalista del premio Planeta, de Manuel Vilas. Leía una escena en la que Vilas estaba en Chicago, de madrugada, a once grados bajo cero, parado en un puente, sopesando cómo sería tirarse al río helado y morir no se sabe si de un golpetazo, de frío o de un infarto. No era precisamente una alegría de escena, el libro es un poco así todo el rato, aunque también tiene páginas felices, frases cortas, el permanente recuerdo de los padres muertos («sin los que uno ya no es nada») y muchas elucubraciones sobre los hoteles. Leía y pensaba en el contraste entre el frío de Chicago y mi soleada ciudad, donde también hay puentes en los que yo a veces me paro a pensar cosas. De todo menos en suicidarme, será porque mi río no lleva agua. Llegó un momento en el que vi que ni Chicago ni la cama ni el propósito playero me iban a arreglar el día y, entonces, para celebrar que ya se puede ir a los centros comerciales decidí darme un capricho. El capricho consistió en imaginar que me compraba una bonita camisa blanca muy cara en un centro comercial. A continuación metí el dinero que yo calculaba que costaría la camisa en una hucha. Desde luego me había ahorrado un buen dinero, una buena caminata y mucho tiempo. Aún a riesgo de ir menos elegante.

Así son a veces los días, que empiezan con un buen libro que no es una alegría y continúan con la no alegría de darte un capricho, a resultas de lo cual tienes ochenta o cien euros ahorrados o no gastados o intactos, que ahí siguen hoy, un día después, lo cual es una gran alegría e incluso una felicidad, dado que puedo emplearlos en almorzar con mi familia este fin de semana en algún lugar. Aunque yo lo quiero es ir a Chicago, cosa que tardaré en hacer a no ser que repita el método de ahorro que he patentado o que me toque la lotería y que levanten las restricciones a la movilidad. Tal vez cuando puede ir ya no haga frío y entonces yo vaya a un puente no a imaginar la muerte y sí la vida. Rascacielos relucientes. Lagos con pinos en la orilla. El regalo del sol brioso. Y tal vez mientras yo esté en el puente haya un señor de Chicago pensando en ir a mi ciudad. O alguien planeando desde la cama, a las once, en mi ciudad, como sería redactar una novela sobre Chicago. O calibrando ir a un centro comercial a comprarse la novela finalista del Planeta. O sea, darse una alegría.