Antonio Gramsci fue un marxista italiano fundador, junto con otros 'camaradas', del Partido Comunista Italiano en 1921. Es comprensible que en la Italia de Mussolini muchas personas vieran en la extrema izquierda la forma de defender la libertad frente a la dictadura fascista. Lo mismo sucedió en España con el régimen del general Franco. Lo sorprendente es que en 2020 algunos no hayan evolucionado?

Gramsci, padre espiritual de Podemos, vio claro que el comunismo no llegaría lejos con la revolución violenta del proletariado. Para él, la conquista del poder pasaba por el asalto a la cultura. Así que nada de armas, la clave eran los «intelectuales».

De ahí la importancia de los medios para Pablo Iglesias. Son el vehículo perfecto para lograr la hegemonía cultural. Por eso el lenguaje es tan importante para la izquierda. Nada es casual. Detrás del «todos y todas» y de las familias «monomarentales» no hay estupidez ni incultura. Hay inteligencia política y un objetivo claro: la subversión del sistema democrático.

Las palabras definen la realidad, ergo hay que controlarlas.

Aunque fingen ser demócratas y apoyarse en el Estado de Derecho, en realidad desean aumentarlo solo para transformarlo en tiranía. Saben que las constituciones y el ordenamiento jurídico son la última barrera, lo que separa un país como España con todos sus defectos de un narco-estado como Venezuela.

Necesitan para sus fines, como decía antes, a los intelectuales. Algunos de ellos firmes convencidos, seres malignos, y otros tan sólo tontos útiles que no comprenden que están siendo utilizados.

Con la caída del muro de Berlín pensábamos que la pesadilla había terminado. Por fin era evidente que el socialismo real no funciona, que solo trae pobreza, desesperanza y muerte. Occidente se relajó y se equivocó.

No es casualidad que organizaciones como el Foro de Sao Paulo se crearan en 1990, un año después del 'fin' del comunismo. Los radicales tenían claro el camino. Infiltrar intelectuales afines en las instituciones, especialmente universidades, colegios e institutos, para manejar el relato e influir en la educación. Y, por supuesto, en los medios de comunicación.

Así, han ido tejiendo una red de contactos e influencias que nos lleva a la situación actual. En España manejan todas las televisiones y van soltando su mensaje de manera inapelable, influenciando las mentes de los incautos televidentes.

Para ello, el marxismo cultural se ha adueñado de todos los movimientos que, pudiendo haber sido de justicia en algún momento de la historia, hoy no son más que buenismos al servicio del marxismo cultural. Por ejemplo, la lucha por los derechos de las mujeres debería estar enfocada en muchos países árabes y africanos, y no en Occidente.

El feminismo, la ideología de género, los LGTBIQ, el racismo, el ecologismo, el cambio climático, el anti-especismo, la apropiación cultural, la memoria histórica o el islamismo son patrimonio privado de la izquierda. Cualquier discrepante de sus posiciones es un facha, un fascista hetero-patriarcal, enemigo de la diversidad, que debe ser acallado.

Ejercen así un férreo control social con el objeto de modificar nuestras creencias, nuestros valores, nuestra identidad como sociedad. El marxismo cultural es el caballo de Troya de Occidente y siento decirles que hace tiempo que nos lo regalaron y sus soldados rojos salieron de su interior.

La imposición de las culturas minoritarias que podemos observar cada día obedece a un plan bien diseñado, apoyado en la censura que en estas semanas de pandemia estamos viendo cómo se acentúa en España.

La dictadura de lo políticamente correcto, del pensamiento único, ya está aquí y ha venido para quedarse, apoyada en la fatal arrogancia de la izquierda y su pretendida superioridad moral. Nada es tan permanente como una medida temporal del gobierno, afirmaba Milton Friedman.

Así que llegó el momento de plantarles cara, de dar la batalla de las ideas, de no arrugarse, de no quedarse en casa. La lucha por las ideas de la libertad está más vigente que nunca. Y no olviden que para que el mal triunfe sólo es necesario que los hombres buenos no hagan nada (Edmund Burke).