Ayer el diputado Jaume Assens se subió a la tribuna y citó a Albert Camus. No todo está perdido. Ni siquiera los libros de Camus, que experimentan una resurrección. La gente estaba leyendo 'La peste' como si no hubiera un pasado mañana, que igual no lo hay.

Pero como el confinamiento se acaba ya nos hemos puesto a leer cosas más livianas y sin embargo con más páginas, un cadáver que aparece en postura inopinada y tal, un policía con problemas personales y la investigación deductiva, todo ambientado en un sitio exótico, a lo mejor un país con mucho hielo. Igual que los actores hacen cameos, los políticos a veces hacen camuseos, de Camus, que escribió una obra maestra sin saber que lo iba a ser y sin atisbar que se leería mucho en tiempos de zozobra, esos en los que no sobra nada. Cuando Assens citó a Camus, «los siglos pasan y la estupidez humana insiste», yo ya no insití más en ver el debate del Congreso, señal seguramente de estupidez mía, y me puse a pensar en la cita, en los discursos, en Camus y en la peste. Una de cuyas variedades es el guerracivilismo. Hay que seguir a este Assens, que es de Podemos Cataluña, que en Cataluña se llama En Comú Podem, partido que por cierto lo mismo compadrea con la peste supremacista de algunos indepes que hace nacer un nuevo derecho: la renta mínima vital. Si yo trabajara para un político y me pidiera ideas para un discurso, le diría que citara a Camus, citas a Camus y ya tienes a un columnista hablando de ti. Y de Camus. De paso, te ganas el sueldo. También le diría que citara a Galdós, Azaña, Joaquín Costa, Unamuno y Tip y Coll. O a Chaves Nogales, que está muy de moda como enfadador de las dos Españas, no en vano escribió eso de que «Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario». Además de citar conviene leer, incluso leer lo que te escriben. Lo que ocurre es que algunos diputados ya traen el odio de casa y van y lo vuelcan en la tribuna de oídas, sin haber leído. Ni siquiera sobre el odio. Es un odio como de segunda mano, como antiguo, un odio que estaba por ahí en las entretelas de los españoles y que ellos cazan al vuelo en lugar de cazar moscas o ideas. Un odio que luego no se llevan a su casa a comer. Un odio que se vomita en la tribuna, en un atril y cerrar de ojos. Y que echa peste, claro.