Los demócratas de EEUU, y no me estoy refiriendo en este caso a la afiliación política, deben sacar el próximo mes de noviembre a ese presidente incendiario, a ese individuo tóxico llamado Donald Trump de la Casa Blanca.

Con su actuación durante la doble crisis que sufre el país, la del coronavirus y la racial, acelerada, esta última, por el asesinato de otro afroamericano, uno más a manos de un policía blanco, el presidente - y ¡qué vergüenza da calificarle de tal! -ha dado muestras una vez más de su total falta de empatía, de su más absoluta irresponsabilidad.

Y al mismo tiempo, de su cobardía, al encerrarse, protegido por su servicio secreto, en el bunker de la Casa Blanca mientras advertía fanfarronamente a quienes se manifestaban a las puertas de su residencia oficial de que no se les ocurriese traspasar la verja protectora porque los esperaban «perros viciosos y armas siniestras».

En lugar de intentar calmar los ánimos de sus compatriotas, negros y blancos, en un momento de máxima crispación nacional por el asesinato del joven George Floyd y las manifestaciones y disturbios subsiguientes, Trump volvió a echar más gasolina al fuego con sus provocaciones .

La última fue, una vez despejado el camino por la policía a base de gases lacrimógenos, acercarse a la iglesia episcopal de San Juan, próxima a la Casa Blanca, para dejarse fotografiar, biblia en mano, ante su fachada mientras se decía «aliado de las protestas pacíficas» y se autoproclamaba «vuestro presidente de la ley y el orden».

De «sacrílego» calificó ese gesto Michael Gelson, excolaborador del presidente republicano George W. Bush y actual columnista del diario The Washington Post, mientras que la obispa episcopal de Washington Marianne Budde expresaba su indignación por el uso de gases para dejar libre la zona antes de que Trump acudiera a hacerse la foto.

«Voy a ser clara. El presidente se ha servido de la Biblia, el texto más sagrado de la tradición judeo-cristiana, y de una de las iglesias de mi diócesis, sin pedir permiso, como telón de fondo de un mensaje que está en las antítesis de las enseñanzas de Jesús», declaró la obispa.

El asesinato de George Floyd ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de esa minoría afroamericana, que si bien ha conseguido, tras siglos de explotación, superar la esclavitud formal, sigue sometida a diaria discriminación y a la más absoluta arbitrariedad policial.

La gente de color tiene dos veces y media más probabilidades que los blancos de morir a manos de la policía, y las cárceles de EEUU están llenas de afroamericanos, muchos de ellos detenidos con el más nimio pretexto y a los que en la mayoría de los Estados no se les permite siquiera votar.

Situación abusiva que no lograron cambiar los dos ocho años de presidencia de Barack Obama. Conviene no olvidar que el movimiento 'Black Lives Matter' (Las vidas negras importan) surgió precisamente con Obama en la Casa Blanca y con un fiscal general y un ministro del Interior afroamericanos.

La frustración y la rabia, también la violencia desatada que hemos podido ver los últimos días en las calles de tantas ciudades de Estados Unidos, responden a la sensación, totalmente justificada, que tiene la población negra de que, da igual quiénes estén en el Gobierno - republicanos o demócratas- porque las cosas allí nunca cambian.

Desde que llegó a la Casa Blanca, Trump se ha dedicado sólo a explotar demagógicamente el resentimiento del sector más racista del país, la fantasía supremacista de que los negros y los inmigrantes de color suponen una amenaza real para el futuro del hombre blanco: hay quienes hablan incluso de que los blancos están sufriendo un genocidio.

Ante el derrumbe de la economía, el único triunfo con que contaba, a consecuencia sobre todo de la actual pandemia, Trump no parece ver más posibilidades de resultar reelegido que animando a los que le votaron la vez pasada, aquéllos de quienes dice que le votarían aunque «matase a alguien de un disparo en la Quinta Avenida» neoyorquina. Sí, hay que sacar a ese individuo peligroso, al que llaman presidente, de la Casa Blanca.