Rota la cortesía de los secretos inconfesables de los estados, el sigilo al que nos tiene acostumbrados el género cinematográfico de catástrofes, en el que la ciudadanía que paga impuestos no se entera de que viene un meteorito hasta que avisan su entrada por megafonía, se ha revelado esta semana que los extraterrestres existen, no son amistosos y tienen en su agenda invadirnos, someternos y destruirnos. Posiblemente en ese orden. Sería bueno advertirles de la pandemia, de las normas de distanciamiento social, del uso de mascarillas y de las franjas horarias. No sé a qué hora tocaría su actividad, indudablemente física, pero parece razonable alejarla de las horas de más calor. No sé si se habrá previsto una exención de cuarentena intergaláctica, un quid pro quo de nave a nave, ahora que ya podemos ser astronautas por la privada y eso, quieras que no, abre mucho el mercado. Personalmente recomiendo que sea la Junta de Andalucía quien se encargue del desarrollo de un programa para la matriculación de extraterrestres como requisito para invadir, lo que nos garantizaría una marcha a buscar otro planeta pegando un portazo a la vigesimoquinta vez que se les quedara colgada la página.

Por su fama y porque, con toda seguridad, ha sido un argumento para la invasión mientras ojeaban el catálogo de destinos aventureros intergalácticos, habría que advertirles a través del SETI que este año no se va a celebrar la feria. Que habrá conciertos, posiblemente alguna actividad, tranquila, pausada, distante y con mascarilla de lunares, pero feria-feria, no. Todos nos hemos encontrado en alguna ocasión por el Centro a las ocho de la tarde con alienígenas hablando extrañas e ininteligibles lenguas, mientras apuraban la enésima botella de Cartojal sin pestañear. Pues este año no va a poder ser. Igual merece la pena que se lo piensen y, si eso, ya vuelvan en otro momento.