Eo puede dormir y no hay nadie con quien hablar. Lo primero la incomoda, lo segundo no. Siempre quiso vivir sola. Le molestaban sus padres y sus dos hermanos, las compañeras del colegio y de la universidad, luego su marido y las dos niñas. Nunca les dijo nada, pero llegaba un momento del día en que necesitaba sentirse consigo misma. Ni siquiera toleraba que la dejaran en paz, quería más. Y aguantó. Vaya si lo hizo. No se quejó ni una sola vez, y por eso, cuando al fin las niñas se fueron de casa y su marido se lio con otra, casi lloró de felicidad. ¿Quién podría entenderla, en un mundo donde la compañía es lo más preciado, en una ciudad donde la gente está deseando irse de copas con sus amistades?

Pero a veces, como ahora, quiere hablar con alguien. Solo eso, sin más pretensiones. Y no es fácil. Sus amigas ya se han cansado de ella, de su carácter huraño y retraído, y nunca la invitan a nada. Aunque claro, ella casi siempre se ha negado a ir a las barbacoas eternas, a comer una paella con bogavante en el chiringuito, a consolar a la que lo está pasando mal. Solo hay una persona que supo llevarla unos años, que no la estorbó demasiado. Y por eso, lo llama.

-¿Qué quieres, Reme?

-Menuda forma de contestar. Hace casi un año que no hablamos y, nada más descolgar, te pones borde.

-Aquí son las cinco menos cuarto de la mañana. ¿Pasa algo?

Nunca le gustó esa ansiedad que tenía ante las urgencias y los imprevistos. Esa manía de protegerla de todo, de intentar anticiparse a las desgracias. Como si así pudieran evitarse o fueran a doler menos. Es verdad que reaccionaba bien, con raciocinio y presteza, no era de los que se amilanaban: resolvía como nadie las circunstancias adversas, pero ese estar siempre en guardia la sacaba de quicio. Tampoco se lo dijo nunca.

-El lunes presento la dimisión en el consejo de la empresa.

-¿Por qué?

-El mundo está cambiando muy rápido y me pierdo.

-Tonterías, el mundo siempre es igual. Quienes cambiamos somos nosotros. Nos hacemos viejos.

-¿Por eso te fuiste con esa jovencita, para quitarte años?

Ella intuyó que se había enamorado de otra incluso antes que él. Se había vuelto de repente más distante, menos conciliador; su necesidad de ser imprescindible para una mujer se había volcado hacia la profesora de inglés de sus hijas, una lista que iba de desvalida y que, en el fondo, era astuta y enrevesada. Pero de nada iba a servir prevenirle ni intentar mantenerle a su lado. Entendió que habían estado juntos demasiado tiempo y que él iba a ser más feliz siendo manejado por una espabilada que con ella. Y por fin estaría sola. Comería y dormiría sola.

-Reme, ¿tú estás con alguien ahora?

-No. Más bien quiero volver con alguien.

-Si pretendes algo conmigo, desde ya te digo que no.

-Qué creído te lo tienes. Jamás se me ha pasado por la mente tal cosa.

-No me digas que€

—Veo que no has perdido olfato, mi querido exmarido. Por eso me gusta hablar contigo.

-¿Y piensas que él va a querer, después de lo que le hiciste?

-Claro que sí. Nunca más volvió a estar con otra. Él piensa que me odia, pero me espera.

-¿Después de tantos años?

-Le compensaré. Será el hombre más feliz de la tierra.

Lo conoció de una forma peliculera: ambos querían subirse al mismo taxi. Al final, lo compartieron y se fueron a un hotel. Se vieron durante tres años, en una relación suave, sin aristas y, sin embargo, con grandes momentos de pasión. Ella supo desde el primer momento que él se iba a quedar colgado, pero no le importó. Lo vio como una inversión en el futuro, en alguien con quien sería feliz cuando al fin no tuviera que rendir cuentas. Porque, como pareja, no le convenía, y no dudó en dejarle cuando conoció a quien a iba ser su marido.

-Reme, tengo una curiosidad.

-¿Por qué me casé contigo en vez de hacerlo con él?

-No, eso lo entiendo, nos vino muy bien a ambos. Y tenemos dos hijas estupendas.

—¿Entonces?

-¿Por qué no fuisteis amantes?

-No quiso. Es un tonto orgulloso.

-Precisamente por eso te gusta.

-Seguro.

-¿Cuándo vas a llamarle?

-Me presentaré en su casa y pasaré con él unos días.

-Para volver luego a tu preciosa soledad.

-Así es.

-Pues ya me contarás. Un beso.

-Cuídate.