El año pasado, en el mes de marzo, se publicó la versión española de un libro que me encantó: La novela de la Costa Azul. Obra de Giuseppe Scaraffia, prolífico escritor e ilustre profesor de literatura francesa de La Sapienza, mi admirable universidad romana. A lo largo de más de 400 páginas el autor nos presenta en una riquísima sucesión de mosaicos a más de cien personajes deslumbrantes. Aquellos que amaron con una pasión, muchas veces desesperada, aquella 'Côte d'Azur'. Para ellos, la costa fue lo más cercano al paraíso terrenal que pudieron encontrar en este planeta.

En la página 198 me encontré a uno de mis hoteles favoritos, el Hôtel du Cap-Eden-Roc. El de Antibes. Bajo el epígrafe de Scott y Zelda Fitzgerald. Se me aceleró el pulso. Aquello seguía prometiendo. Aquel libro era un tesoro, con joyas como ésta: «En aquellos tiempos, nadie, excepto una pequeña élite, visitaba la Costa Azul. Y eran menos los que se bañaban€En 1923 una pareja de ricos y refinados americanos, Gerald y Sara Murphy, convencieron al propietario del Hôtel du Cap-Eden-Roc de que no cerrara en verano. A mitad de camino entre Marsella y la frontera italiana se encuentra un magnífico hotel de fachada rosa que se erige majestuosamente sobre la deliciosa costa de la Riviera. Un reducido clan de gente famosa y elegante ha escogido aquel lugar para pasar allí sus vacaciones», anotaba Francis Scott Fitzgerald".

Es algo complicado el nombre completo de este espléndido clásico de la Costa Azul. Hay otro gran hotel en Cap Ferrat con un nombre muy parecido. El Hôtel du Cap Ferrat. También, Dios mediante, escribiré sobre él dentro de unos meses. Volvamos al Hôtel du Cap en Antibes. Hace unos ocho años, el hotel estuvo cerrado mientras se realizaron unas inteligentes y acertadas mejoras. Dirigió los trabajos una de las propietarias, Maya Oetker. Los resultados fueron espléndidos. El hotel se lo merecía. Recuerdo la lista de los personajes famosos que se habían alojado allí desde su apertura en 1870. Podría tener la extensión de la guía telefónica de un pueblo de cierta importancia. No voy a aburrirles con decenas y decenas de nombres deslumbrantes. Imagínense los más espectaculares y acertarán.

Mi amigo y maestro René Lecler decía que un hotel se convierte en leyenda cuando comienza a parecerse al Hôtel du Cap de Antibes. Desde luego, no fue una exageración aquello que le dijeron a Scott Fitzgerald. El hotel donde él se alojaba con Zelda, su mujer, podía ofrecerles lo mejor de este mundo. Incluso la inspiración para escribir un libro como Dulce es la noche. El primer nombre que tuvo el Hôtel du Cap-Eden-Roc fue la Villa Soleil. Fue la creación de Jean Hippolyte de Villemessant, el fundador del diario Le Figaro. El proyecto inicial fue construir una residencia para escritores. Se asoció en 1863 con un grupo de personajes de la época, entre los que destacaban unos miembros de la nobleza de la Rusia zarista. Compraron 9 hectáreas en los mejores terrenos del cabo de Antibes. Fue una gran decisión.

Recién inaugurada la Villa Soleil en 1870, ya como un espléndido hotel creado a imagen y semejanza del gran mundo de la época, éste tuvo que cerrar las puertas ese mismo año. La guerra franco-prusiana. Ese eclipse, cruel por lo cercano de la apertura, inspiró a un poeta francés: Stephen Liégeard, el creador del nombre de la Costa Azul. Comparó aquel hotel sin vida al castillo de la Bella Durmiente del Bosque. «Este palacio será el reino de las malvas y las ortigas, hasta el día en el que, rodeado por su familia y seguido por sus sirvientes, un Lord bien inspirado tenga la fantasía de venir, como un príncipe, a devolverle su alma a este cadáver de piedra».

Después de la catástrofe de la abdicación de Napoleón III y la derrota de Francia en los campos de batalla, ese salvador providencial se presentó en la persona del piamontés Antoine Sella, uno de los más grandes hoteleros de la historia. El hotel reabrió sus puertas. A partir de entonces la trayectoria de esa casa ha sido simplemente gloriosa. En 1914 se inauguró un anexo: el Eden Roc. Un pabellón, convertido en un lugar mágico, alrededor de una piscina excavada en la roca. Sería el modelo inalcanzable e imposible de copiar de millares de Beach-Clubs en el mundo entero. El impacto del Eden-Roc fue tal que a partir de entonces el hotel lo incorporó para siempre a su nombre. Como anunciaba el 'slogan' publicitario del famoso Tren Azul, el que unía a París con la Costa Azul: «En sólo una noche, se llega al país de los sueños».