Es más fácil llevarse mal que llevarse bien. Llevarse bien aburre. Por eso gobierna Trump, porque los estadounidenses se aburrían tras ocho años de Obama. El ser humano es un primate discutidor. Odiar al cuñado y pelearse con él en las fiestas familiares sabe a poco en un mundo globalizado. Puestos a reñir, riñamos con China, enfadémonos con la OMS, encolericémonos con Rusia. Hoy he acudido a la consulta de mi psicoanalista tras dos meses de vernos la cara por Skype. Ella con mascarilla y yo también. Le he preguntado si ha desinfectado todo lo que ha tocado el anterior paciente.

-Percibo un tono agresivo en su voz -ha dicho.

Llevaba razón. Nada más rumbarme en el diván he empezado a buscar pelea para liberarme de algún demonio personal. De hecho, ayer tuve un encontronazo con mi madre porque me dijo que no tomara tanto café porque me sentaba mal. Mi madre lleva treinta años muerta, pero sigue dándome consejos y siempre acierta. El café no me cae bien al estómago, pero lo prefiero al té. Elijo las bebidas que me hacen daño con una obcecación alucinante. El caso es que le dije que dejara de perseguirme.

- ¡Estás muerta! -le grité.

-En esto, apareció mi padre, también fallecido hace tiempo, y me ordenó que no le faltara el respeto a su mujer.

Cuando le cuento todo esto, mi terapeuta dice:

-Se queja usted de que su madre no le deja en paz, pero tengo la impresión de que es usted quien no la deja descansar a ella.

-Usted siempre se pone de parte de mi madre -me lamento.

Sé perfectamente que mi conducta es irracional, pero esa conducta irracional me libera, incomprensiblemente, de un malestar profundo. De vuelta a casa, en el metro, rodeado de rostros embozados, le doy vueltas al asunto y concluyo que para llevarse bien hay que pensar mientras que para llevarse mal basta con dejarse arrastrar. Por dejarse arrastrar surgen los conflictos civiles y las guerras mundiales. Dentro de cada uno de nosotros se desata a diario una lucha a muerte entre aquello a lo que aspiramos y lo que conseguimos. Las proclamas populistas calman momentáneamente la frustración resultante de la distancia que hay entre el deseo y la realidad.