Esta nueva vida que se nos avecina pondrá a prueba como nunca esa tan humana capacidad para resistir frente a las peores situaciones. Ser emocionalmente fuertes también puede educarse. En tiempos donde el filósofo nunca es ejemplo frente al deportista de elite, cabe entrenar y desarrollar la resilencia a base de derrotas desde la etapa escolar. Aprendo del traspié y no de la victoria, frente a lo que dictan otros malos hábitos.

Las peores crisis siempre han servido para chequear nuestros nervios de acero. Y también para mirar hacia oriente, hacia el sol que amanece. Totalmente ajenos a lo que pudiera ocurrir este 2020, año que estaba marcado para el debut del kárate como disciplina olímpica, hace 11 meses entrevisté a un pionero malagueño de este deporte: Juan Carlos García López. Este árbitro internacional subrayó que el karateca proporciona una ayuda extra «en el día a día». Mejorar el control, a la hora de evitar errores o de mejorar nuestra autoestima, está en la base de un deporte concebido como forma de pensamiento.

Málaga ha aportado durante décadas grandes nombres al karate español e internacional, de manera que los Damián Quintero o María Torres, seguidos por otros valores en auge como Marta Vega o Ángel Medina, no han hecho más que recoger la semilla que en su día plantaron García López y tantos otros para alcanzar actualmente la cifra de más de 1.700 deportistas federados, distribuidos en más de 40 clubes por toda la provincia.

«Al mismo tiempo que lo practicas, el karate te proporciona una seguridad que luego puedes transmitir a quienes te rodean, a tu entorno. Y un nivel físico y mental de especial ayuda en la mejora de tu estado de forma y para poder acceder a la meditación», relataba el mencionado colegiado nerjeño. La búsqueda de un equilibrio en nuestra vida diaria puede que sea una de las mejores lecciones que aprendamos de esta pandemia de dimensiones globales, sanitarias y económicas. Incluso parece que resuena hasta de otra manera ese discurso ecologista, acerca de la mala salud de nuestro planeta, al que se le prestaba muchísima más atención de Pirineos hacia arriba.

En términos de resilencia, de capacidad para readaptarnos como toda nuestra especie a situaciones adversas, no es que los españoles no tengamos episodios históricos capaces de proporcionar importantes lecciones de humanidad. A lo largo de los siglos, la Península fue cuna de algunos de los pilotos más intrépidos, capaces no sólo de dar la primera vuelta al globo, sino de descubrir incluso islas tan remotas como las de Vanuatu, de los pocos confines a los que no ha podido llegar este tan contagioso coronavirus.

También contribuyó este país de los 84 millones de turistas recibidos en 2019 a generar todo tipo de inventos, no sólo el autogiro o la fregona. O, de vuelta al deporte, reina por su capacidad para exportar talento e imaginación. Que es de lo que dicen adolecer los siempre entregados orientales. Regreso a tierras orientales y recojo más palabras de malagueños internacionales. Algunos de los numerosos entrenadores que imparten o han impartido la nueva asignatura de fútbol en los colegios chinos inciden en que, frente a la tremenda disciplina de sus alumnos, la que les ha hecho únicos en el confinamiento o el uso generalizado de las mascarillas, resulta muy complicado inculcarles una mayor creatividad.

Es quizás toda esta pasión latina, unida a unos nervios de acero que aquí toca entrenar porque no vienen de serie, la que nos guió a esos éxitos globales que durante las últimas décadas sí han alcanzado nuestros deportistas. Por no referirnos solo a los instantes más recurrentes, alojados en el subconscientes colectivo, pensemos en la templanza de Casillas para desviar con la pierna el disparo de Robben en la final del Mundial de Sudáfrica. O recordemos el decisivo tiro libre anotado por Calderón en la ajustadísima semifinal del Mundial de Japón 2006, antesala del histórico oro que se colgarían hasta cuatro malagueños, Carlos Cabezas, Berni Rodríguez, Manolo Rubia y Fernando Lacomba. Lecciones de resilencia tras una era en la que siempre perdíamos los cuartos.