La avenida de Andalucía va a quedar libre de obras en la segunda quincena de julio. Alabado sea el señor. Fin de un suplicio. Una década de ruidos, molestias, atascos, contaminación visual y jaleo y lío amén del pecado estético, la entrada a Málaga más fea que una rata decapitada.

Para que el metro avance unos metros hasta Atarazanas se ha levantado la ciudad durante lustros, ciudad que va recuperando la normalidad. Yo propongo al Ayuntamiento, que para celebrarlo, hagan la Feria este año en la avenida de Andalucía, a lo largo de toda ella, guardando los feriantes la distancia de seguridad, con barras desde la plaza de Manuel Azaña hasta la Alameda. O que organicen una verbena popular, dejándola un día entero, cuan larga es, para los peatones.

La fuente de Las tres gitanillas, que se ha mudado un montón de veces y que hasta perdió una de sus cabezas, va a ser emplazada en la rotonda de Manuel Alcántara, engarzando así un eje de estatuas o monumentos que va de la estatua de Cánovas al busto de Azaña, pasando por el marqués de Larios o el padre Tiburcio Arnáiz. Algunos de estos hitos no mejoran mucho el paisaje, son de una fealdad importante, fealdad a la que contribuyen también en esa zona el edificio de Correos y el de Hacienda, varados, abandonados, encutrecidos y que pudiendo ser partes de una city o magnos hoteles son buques emblemáticos de la desidia. A los restos arqueológicos hallados le han metido una patada de campeonato.

En la Alameda, la cosa no ha quedado mal, pero la maldita manía de llenar la acera de cosas procura a veces al intrépido peatón una carrera de obstáculos para esquivar bolardos, arbolitos, mesas, sillas, tenderetes o bancos mal colocados. De los de sentarse. Una cosa es el mobiliario urbano y otra ese horror al vacío de la municipalidad, que lo que provoca en el paseante es horror a darse contra cualquier poste, bordillo, pivote o puesto informativo. Decimonónicamente la Alameda era el salón por el que paseaban la plebe y la aristocracia. Hoy lo más noble son las marquesinas. Hay que felicitarse por el fin de las obras en la avenida de Andalucía, que no tardará mucho en ser de nuevo agujereada con cualquier excusa. Tal vez es la manera de que las aceras estén limpias. De puro sucia, se quitan y se reponen los baldosines. Sale más a cuenta. Nunca tanta cicatería en el baldeo. Eso podrían hacer en los barrios, en Armengual, Martínez Maldonado, Mármoles y tantas calles de El Palo.