El actual secretario general del PSOE representa la última etapa de una historia que alcanza ya nada menos que 141 años, que abarca muchas luces y no pocas sombras. Pero a los efectos de las pretensiones de este artículo -que no son otras que explicar cómo el PSOE se ha convertido en lo que algunos han dado en llamar el partido sanchista- la historia comenzaría cuando Felipe González pierde ante Aznar las elecciones de 1996, y se da fin al período que ha permitido al partido gozar del mayor cúmulo de poder que haya tenido nunca en su historia, para culminar en el 35º Congreso del año 2000 y encumbrar a la Secretaría General a José Luis Rodríguez Zapatero. Porque para entender como ejerce hoy el poder Pedro Sánchez hay que analizar el que tuvo antes Zapatero. El uno no se puede explicar sin la existencia previa del otro. Vayamos por partes.

La retirada de González y la elección de Zapatero marcan un antes y un después en la historia del PSOE en estos más de 40 años de nuestra democracia. De todas las rupturas que el partido ha sufrido a lo largo de su historia la llegada de Zapatero es digna de mención. Su elección en el Congreso del partido es sorprendente, porque de los cuatro candidatos (los otros eran José Bono, Matilde Fernández y Rosa Díez) era el de menos experiencia política y, además, prácticamente inédito. Para explicar la elección de Zapatero cabe hacerse una pregunta, ¿por qué los principales líderes del partido decidieron ponerse de acuerdo para encumbrar al más desconocido y al de menos méritos y retirar el apoyo al de mayor experiencia contrastada (Bono) y que contaba, en principio, con el respaldo de la mayoría? Responder a esta pregunta sería muy sencillo si bastara con decir que quienes verdaderamente mandaban sólo querían un hombre de transición -que no tenía posibilidades de ganar las próximas elecciones- que les permitiera ganar tiempo para recomponer el partido. Pero el 11-M lo cambió todo. El atentado de los trenes y la mala gestión que del mismo hizo el Gobierno de Aznar catapultó inesperadamente a Zapatero a La Moncloa.

Cuesta trabajo no calificar de desdichado el paso de Zapatero por el Gobierno, y no solo por el capítulo económico, en el que fue incapaz de afrontar la crisis de 2008 hasta que fue llamado al orden por la Unión Europea, terminando con un balance en el que el desempleo pasó del 10,5% (en el que lo dejó el PP) al 22,6%, con 5,27 millones de parados. Pero es mucho peor el juicio político que mereció su gestión. Todo el proceso de reconciliación nacional, plasmado en la Ley de Amnistía de 1977, que fue el gran legado de la Transición, lo desbarató el líder socialista con la Ley de Memoria Histórica -que pudiendo estar justificada con la apertura de las fosas comunes y la dignificación de las víctimas- tuvo como principal objetivo resucitar el espíritu guerra civilista y el afán de revancha que había sido sepultado en 1978.

Pero su principal irresponsabilidad fue la ruptura de todos los consensos que se habían fraguado entre el Gobierno y la oposición desde el principio de la Transición (principalmente los Pactos Autonómicos entre el PSOE y el PP en 1981 y 1992). Este entendimiento básico que era el fundamento de nuestra Carta Magna lo dinamitó Zapatero cuando apoyó el Pacto del Tinell (2003) firmado por el tripartito catalán (PSC, ERC e ICV) con el objetivo de sacar al PP de todas las instituciones en uno de los acuerdos más antidemocráticos que se recuerdan. Para completar este dechado de inconsciencia lo remató el entonces jefe de gobierno al arrastrar a su partido a la aprobación en las Cortes del Estatuto de Cataluña de 2006 para complacer a Pascual Maragall y convertir esta decisión en el punto de partida del proceso de insurrección del nacionalismo catalán, culminada con la Declaración de Independencia y el Referéndum de 2017. Acontecimiento histórico con los socialistas fuera del Gobierno, y que fue incapaz de gestionar con solvencia Mariano Rajoy.

Era necesario desgranar este recorrido para poder concluir que el PSOE de Zapatero rompe de hecho con el de Felipe González -al que se le pueden achacar muchos errores en su Gobierno, pero no que pusiera en juego la Constitución- y, aunque muchos no lo quisieran ver, sienta las bases del partido que conocemos hoy. Pues a Zapatero le deja corto Pedro Sánchez, que es la quinta esencia de aquel llevado hasta las últimas consecuencias. No le basta pactar con Podemos sino que pacta también con la Esquerra Republicana que ha saltado del Tinell al golpe de estado de octubre del 17, y remata la faena buscando y encontrando el apoyo de Bildu, los herederos de ETA. Y todo ello lo hace clamando por activa y por pasiva que jamás caería en tal despropósito y haciendo de la mentira política la razón de ser de una trayectoria de vocación narcisista, populista y sectaria.Y este PSOE, (el de Pedro Sánchez) rompe el consenso constitucional tan duramente logrado en la Transición y, en consecuencia, deja al país a los pies de los caballos.

Y es el momento de preguntarnos, ¿adónde va el PSOE?, este PSOE que acabamos de describir, que inicia un proceso de degradación con Zapatero -como los hechos han atestiguado- y desciende sin paliativos a los infiernos con Pedro Sánchez. Estamos convencidos que éste terminará democráticamente inmolado pero no sabemos si el partido está dispuesto a inmolarse con él. Cuesta trabajo entender que la mayoría de los militantes acepten esta deriva, salvo que el disfrute del poder de hoy no deje ver el naufragio de mañana.