Por lo que he leído, Rachel Cusk parece una escritora inteligente. Su voz es reflexiva, precisa. Una voz que duda. Sincera. Quizá sea más fácil ser sincero por escrito que en el día a día. Los que escribimos jugamos con ventaja. Quizá sea más sencillo jugar con las palabras para encontrar lo que sentimos. Pretérito imperfecto. En el presente todo se difumina. Aunque aprendas a estar.

"Yo era el fruto de esas aspiraciones, pero, en algún momento de la transición entre mi madre y yo, mi deber se había convertido en legitimarme a mí misma. Por otro lado, las aspiraciones de mi padre —triunfar, ganar, proveer— no se ajustaban del todo a las mías: eran como un vestido hecho para otra persona, pero eran las que había. Así que me las puse y me sentí un poco incómoda, un poco asexuada, aunque vestida al mismo tiempo. Travestida conseguí aprobación, un buen expediente escolar, buenas calificaciones". Esto escribe Cusk en Despojos, el libro que se acaba de publicar en España, aunque ella terminó de escribirlo en 2012 poco después de divorciarse.

No soy mujer, no soy madre, nunca me he divorciado. Empatizo. Me deslumbra con algunas de sus reflexiones. Admiro esa precisión en el lenguaje, ese conocimiento del río interno que nos mueve. ¿Cuánto dolor es necesario para llegar a la otra orilla? Por mucho dolor que uno experimente, no está garantizado el éxito. Escribe Cusk: "El dolor no es amor, pero es como el amor. Es su primo lejano, un personaje cruel, hecho de insomnio y adrenalina sin endulzar por la esperanza".

Una noche, en casa de uno de mis hermanos, escribí un poema. Algo sobre una mujer que dejaba a un hombre. Recuerdo estar mirando fijamente el frigorífico, gris metálico, y ser consciente de lo que estaba haciendo. Mientras mi hermano y su pareja esperaban que yo regresase al salón, saqué el cuaderno y anoté una primera versión.

En noviembre de 2016, leí aquellos ripios en el Slam Poetry que organizaba Sergio Escribano en Málaga. Era en un local de ensayo, cerca de la calle Dos aceras. Podías comprar una lata de cerveza y escuchar poesía. Buena y mala. Era un bajo oscuro e insonorizado. No molestábamos a nadie. Había que pagar entrada y Escribano hacía unos cuadernos con los poemas de la edición anterior. Incluso traían algún poeta invitado. El primer año lo organizaron Escribano y Alberto Prieto, los poetas a derrotar. No me gustaba que el público tuviese que puntuar los textos. Era una competición por gustar.

Gané aquel día. Me recuerdo orgulloso, incrédulo.Tienes la cena en el microondasbrécol y algo de carneterneralos papeles sobre la mesasobras de ayerde postre, flan de chocolate.No acuestes tarde a la niñate dejo la cartilla con el número de cuentarecuerda que mañanatiene gimnasialos papeles del paro y del seguroel chándal está en el segundo estanterecuerda que se ponga el aparato para dormirno le leas otra vez el mismo cuentoy no dejesno dejes que crezca torcida.No volveré.Tampoco tarde.

No sentía ninguna necesidad de leerlo en público. Si lo leí, fue por pura vanidad. Si lo muestro ahora es para demostrar una hipótesis. Sé que nunca estuve allí. Quién sabe por qué escribí aquello. Me interesa continuar esta búsqueda, no hacer amigos.

"Para mí, escribir y vivir son lo mismo, o deberían serlo. Es solo al prestar mucha atención a la vida ordinaria que realmente aprendo algo sobre la escritura", dijo Cusk en una entrevista a The Observer en 2014.

Porque lo que hace Cusk en este libro, Despojos, es escritura autobiográfica, aunque duela, lo escribe ella misma en los Agradecimientos del libro. Al margen. Explora sus recuerdos, nos muestra sus sentimientos, nos cuenta sus pensamientos. Y, en ese desorden, uno cree encontrar una luz, una verdad que se parece a la vida, pero que no deja de ser ficción. Es en las grietas de su discurso, esas imprecisiones que ella no pretende disimular, donde nos reconocemos. La inseguridad, el miedo, la necesidad de sentirnos queridos, necesarios. Tener una razón, un objetivo, para levantarnos por la mañana.

Que la vida, sea verdad o mentira, continúe.

Antes de Despojos, su tercer libro autobiográfico, Cusk escribía novelas más parecidas a las novelas. Se parece a Virginia Woolf, escribió un crítico.

El último capítulo de Despojos —un libro autobiográfico, insisto— se titula "Trenes". Quizá no sea casualidad "Trenes".

"Trenes" está escrito en tercera persona. Parece un cuento. Un cuento después de la narración autobiográfica de la ruptura de su matrimonio. ¿Es el regreso de la Cusk escritora de ficción? ¿La transformación? ¿Ha encontrado lo que estaba buscando? La puerta que conecta ficción y realidad. Habría que preguntárselo.

Después de Despojos, Cusk escribió la trilogía A Contraluz. Y esto ya es autoficción. La autoficción no es lo mismo que la autobiografía.

"La autobiografía vive en la forma, más que en el contenido". Alice Munro.

Mientras la autobiografía no debería ser ficción, la autoficción, como su propio nombre indica, es ficción. Muchos la incluyen dentro del género novela.

"Es posible que la única definición sensata que sobre este género pudiera darse fuera la de decir que novela es todo aquello que, editado en forma de libro, admite, debajo del título y entre paréntesis, la palabra novela". Camilo José Cela.

La diferencia con otros escritores de autoficción, con la mayoría de los escritores en general, es la capacidad de reflexión de Cusk. Mientras Knausgård y sus imitadores se quedan en la enumeración de las acciones que realizan en su día a día, que ni siquiera llegan a la categoría de peripecia, Cusk nos arroja sus pensamientos, abre la espita de su cerebro para hacernos llegar sus observaciones, fruto de una inteligencia comprometida sólo con ella misma, con encontrar la verdad, su verdad, sin importarle lo que otros, nosotros, los lectores, podamos pensar. Se llama sinceridad. Puede estar equivocada. Es posible. Pero es honesta. Inteligente y honesta. Así es la voz que Cusk ha creado, con la que llega a nosotros en sus libros más recientes. Honesta. Brutal. Por eso tiene tantos admiradores como críticos.

"Sin embargo, esta secta, la maternidad, no era un ambiente en el que yo pudiera vivir". Escribe Cusk. "€como cualquier secta, pertenecer a ella exigía una renuncia total a la propia identidad".

Alguien inteligente y honesto, que pretenda ser sincero, no puede agradar a todo el mundo.