Hacer de tripas corazón es usual en política, sobre todo cuando, lo contrario sería quedar en evidencia, con el culo al aire y mirando a Écija. Hay otra expresión no menos usual; taparse la nariz para votar, hasta con los ojos cerrados, para no quedar ante la sociedad como el partido que no es capaz de entender la necesidad imperiosa de que se aprobara el mínimo vital en el Congreso, del que se van a beneficiar más de dos millones de personas. Es lo que le ha pasado al Partido Popular que, de estar en la negación, en el último minuto, a punto de sonar el gong, votó a favor. Minutos antes, con todos sus mentores e intelectuales, todavía en contra, Pablo Casado ordenó votar a favor. Casado sabía que lo contrario era quedarse, una vez más solo, una vez más votando en gozosa camaradería con la ultraderecha montana de Vox. Este partido, de la negación a la «paguita», pasó a abstenerse. Nada se puede esperar de un partido que acusa al Gobierno de que ese mínimo vital tendrá 'efecto llamada'. Vox es la negación. Y pensar que en Andalucía preside la comisión para la reconstrucción es para echarse a temblar. De entrada, ya me pone nervioso al pensar a qué se dedicará el previsto fondo de 700 millones de euros, entre otros motivos porque las universidades públicas andaluzas son paganas de parte proporcional importante de este cupo, cuando en realidad y dado al papel a tener y les corresponde a las UU AA PP en estos momentos extraordinarios deberían ser receptoras de importantes ayudas para afianzar con mayor intensidad su apuesta por la investigación y transferencia de conocimiento a la sociedad andaluza.

Tener o no tener conciencia social no es cosa baladí y la derecha siempre apostó por una política neoliberal, en la que importa más el mercado, el capital que los ciudadanos. Para Casado y sus principales asesores la conciencia social, por mucho que ahora quieran apuntarse el tanto de haber estado en el origen de esta ayuda social, es algo sobrevenido, sin sentirse exultantes a la hora de defender el estado de bienestar, dado el PP más, como históricamente se reconoce, a los recortes en sanidad, la educación y dependencia. Dicen que votaron sí para que en el siguiente paso por el Congreso este proyecto de ley pueda ser mejorado. Habrá que estar atentos. Sobre todo porque, en estos momentos, se necesita, casi de forma obligatoria, buscar consensos fruto del diálogo y en la capacidad de ceder, anteponiendo el bien general al partidario.

Y en esto tiene mucho que ver el Gobierno de coalición, sin caer en la trampa del insulto y la provocación, para favorecer la táctica del consenso que da más y mejores resultados para la sociedad. Así lo entendió la vicepresidenta Carmen Calvo que ante la zafiedad de la intervención de la portavoz del PP la invitó a compartir un cafetito de dos horas. No es que sea la panacea, pero por algo se empieza. Un café de dos horas da para mucho y no se debe perder la oportunidad de bajar la tensión y la crispación que anida en el Congreso de los Diputados, con una polarización nunca conocida. Y, además, sería un primer paso para que el PP se salga de la bronca a la que le conduce una y otra vez la presión política que Vox ejerce sobre los populares. La portavoz del PP en el Congreso ha aceptado, aunque al parecer con luz y taquígrafos. No está nada mal. Tanto Carmen Calvo como Cayetana Álvarez son dos avezadas polemistas, de sólida formación y de ahí podría salir un avances sobre qué asuntos de Estado es posible llegar a pactos y consensos, siendo el mejor camino para marginar a Vox de la vida política, tal cual sucede en Europa con partidos ultras.

En lo que no parece haber posibilidad de acuerdo es en el grave asunto de las residencias de mayores en la Comunidad de Madrid, con la presidenta Ayuso y su partido enrocados y sosteniendo tesis totalmente falsas. Yo, cuando veo y oigo a Rafael Hernando Fraile, senador del PP, y a Javier Maroto, senador del PP, arremeter de forma descarada y descortés, con la mentira por delante sobre la responsabilidad de la gestión de las residencias de mayores, me digo y me sitúo en el polo opuesto. Ni Hernando, ni Maroto tienen acreditado ser políticos de fiar. A estos dos consumadores mentirosos se ha sumado, como no podía ser de otra forma, la presidenta Ayuso que, en gesto teatral made in Miguel Ángel Rodríguez (cogerse los pantalones que vienen curvas), lanza al viento en la Cámara madrileña una ristra de papeles como si fuera un catón que certifica la mentira en la que se han instalado. La gestión de las residencias de mayores es y será un negro blasón en el ya negro currículum de Ayuso, con la gravedad que aquí estamos hablando de pérdida de vidas humanas.