Una gran epidemia es un seísmo del que luego llegan réplicas, pero también un gran desconcierto con secuelas de toda clase. Aunque el desvarío conspiracionista de Miguel Bosé (contra Bill Gates, la OMS y el riesgo de inoculación mediante vacunas con microchips) parecía caso aislado, ha replicado ya en Enrique Bumbury. Habrá que ver el área de propagación, al ser gente que además de audiencia tiene predicamento, o sea, que suben al púlpito y tienen fieles. Buena música y carisma personal hacen que el público los haya endiosado, en un doble sentido: verlos como dioses y hacerles creer que lo son. ¿Podrían llegar a ser conspiranoicos supercontagiadores? Urge el retorno del circuito de galas y conciertos, para que se les vaya el mono escénico, que será el que les hace alucinar. Solo faltaba que entre nuestra farándula (profesión admirable) cundiera el mal de aflojamiento de la pinza.