Hace años, durante el mandato de Vicente Fox, aquel presidente con bigote y botas vaqueras, físicamente parecido a Bigote Arrocet, pero más espigado y en formato empresario, estuve en la Muestra de Cine de Guadalajara, en México. Corría el año 2005 y el comentario internacional al respecto era que en México gobernaba por primera vez un partido distinto del PRI tras más de 70 años. En Guadalajara, sin embargo, ciudad que parece tan española como Valladolid, pero en la región, Ay, de Jalisco, no te rajes, no se rajaba demasiado del asunto. Cuando me bajé del avión, tras hacer transbordo en México Distrito Federal, desde un operario de la cinta del equipaje hasta un taxista me preguntaron si llevaba revistas españolas, libros o discos de Sabina, Serrat y, sobre todo, Rocío Dúrcal.

La sensación de llegar al DF por primera vez no se olvida nunca. Todo en México, desde Chiapas a Monterrey o Sonora, pasa por allí. Empiezas a sobrevolar riscos y llanos llenos de casas y más casas que parecen no acabar nunca, cinturones que rodean a la capital, hasta llegar al desmesurado aeropuerto. El mágico realismo de América, su arrobadora magia blanca y la más negra y terrible.

Al llegar al hotel Camino Real, una especie de rancho de lujo donde desayunaba fajitas con salsa de chocolate y tamales con fruta, una experiencia desbordante, vi a hombres de traje y gafas negras con un cablecito en la oreja caminando por los tejados de la hacienda. Yo ya había visto 'Matrix' y 'Men in black', aunque sabía que tras las armas que llevaban aquellos hombres de negro estaba oculto el cartel que ponía cuidado con el cártel. La respetabilidad de excelsos patrocinadores culturales se fundía con el diabólico origen del dinero que, quizá, pagaba parte de mi estancia. Se puede buscar en la hemeroteca. Hacía sólo días que un obispo se había visto herido en medio de una balacera al bajarse de un avión creo que en Chuahua. Ya se conocían feminicidios en Ciudad Juárez. Y el increíble Roberto Bolaño había publicado el año anterior '2666', su novela tan desmedida y maravillosamente terrible como su país que yo había leído. No sólo de Cantinflas, aún por estudiar en profundidad, y de Marlon Brando maquillado como Zapata bajo la batuta de Elia Kazan en 1952, se alimentaba mi imaginario de españolito europeizado que miraba los tejados de un sueño poblado por amenazadores vigilantes. Nada de lo que el tequila y el embriagador carácter de los mejicanos no pudiera vacunar.

Si miran los periódicos de estos días verán que otro sacerdote, el obispo emérito de la región de Chiapas, fue doblemente herido de bala cuando viajaba el día 5 de este mes con su familia desde Toluca a Chiltepec (qué delicia de topónimos) cuando se topó con otro ajuste entre narcos. Al oído, cuando salíamos de uno de los cines donde ver películas seleccionadas un chofer me recordó que allí mismo, en Guadalajara, un lunes de hacía 12 años mataron a tiro limpio al arzobispo de la ciudad y cardenal mexicano, Juan Jesús Posadas Ocampo, junto a un conductor como él y a otras 20 personas en una balacera entre bandas. Olía a palomitas y a chile y a banderillas de tequila y a lima para el ceviche y era no como haber salido del cine sino como estar dentro de otra película que no sabías cómo podía terminar.

Si narrara las anécdotas de los días y las noches en las que no debíamos salir y salí todas, esta columna sería un cuento. Enamorado perdidamente de México, sintiendo la inabarcable -todo desmesurado- tristeza de la despedida mientras, crecido por las semanas de estancia, discutía con un policía que me insinuaba con sonrisa de cascabel -me refiero a la serpiente- que le pagara una 'mordida' para dejarme embarcar con una botella de tequila del Dutty free, ya que no me dejaría volar si no platicábamos un ratico más sobre su oferta, que no debería rechazar.

Ayer volví a leer que habían matado a un juez federal y a su mujer, así, a las bravas, en su casa, delante de sus hijas. El juez Uriel Villegas había pedido la extradición a EEUU del líder del cártel de Jalisco -precisamente Jalisco- Nueva Generación. Macabra broma la del nombre del grupo narcocriminal. Nada más viejo que la brutalidad asesina. México se enseñorea en su preciosa bandera tricolor. En ella un águila caza sobre un cactus de agave una serpiente venenosa. Allí creen que son el águila. Pero hace mucho que corren el riesgo de terminar siendo su propia serpiente.