Años atrás, un estudio publicado en el 'British Medical Journal' desveló que «las personas mayores con mejor capacidad física son propensas a vivir más». Quien lo hubiera dicho. A ese extraordinario hallazgo hay que sumar ahora el de un grupo de investigadores británicos de Cambridge que, mediante modelos de simulación matemática, han descubierto que el uso de mascarillas evitará nuevos brotes de coronavirus en el mundo.

Un poco tarde, eso sí. A esa conclusión ya habían llegado en realidad los chinos, que también inventaron la pólvora. Sin necesidad de recurrir a la matemática, en Pekín y otros lugares de Asia enmascararon a su población hace varios meses, lo que tal vez explique la relativamente baja cifra de contagios y muertes causadas por la epidemia en aquellas tierras. Tiempo hubo para aprender de esa experiencia -y del mero sentido común- en los países occidentales, pero se conoce que estábamos ocupados en arduas investigaciones sobre el asunto. Si un virus se propaga mediante las gotitas que el infectado expele al hablar, como sostiene la ciencia, basta el razonamiento más elemental para deducir que algo ayudará el taparse la boca a la hora de evitar -o al menos, moderar- el contagio.

No fue eso, por desgracia, lo que opinaron la Organización Mundial de la Salud y otros altos organismos, que en un principio restaron importancia al valor de las mascarillas. Aunque ahora las aconsejen fervientemente. La de investigar es tarea que, a veces, distrae mucho a la gente de ciencia.

El estudio antes mentado del 'British Medical Journal' establecía, por ejemplo, las bondades de un buen apretón de manos. Según sus conclusiones, la tasa de mortalidad entre los que estrechan la mano con blandura es un 67 por ciento mayor que la de aquellos otros que la chocan con energía. Puede parecer una extravagancia, pero no mayor que los resultados de otras investigaciones igualmente sorprendentes. Una de ellas llegó a la conclusión, a todas luces asombrosa, de que «el uso de la ropa ayuda a mantener el calor del cuerpo durante el invierno».

Y no menos notable es el caso del estudio patrocinado por una popular empresa farmacéutica para descubrir que la salud de las personas sufre un mayor deterioro durante los últimos ocho años de su vida. Por no hablar ya de lo que sucede un minuto antes de morir. Famosa fue también en su momento la investigación con la que se demostraba, estadísticamente, que «la práctica frecuente del sexo aumenta las posibilidades de embarazo»; cosa que a ningún profano en estas materias se le habría ocurrido.

Del mismo modo, un grupo de investigadores norteamericanos llegó hace años a la conclusión de que la muerte es la principal causa de mortalidad, al menos en Estados Unidos. Más o menos, esa línea de investigación es la que ha llevado ahora a los científicos de la Universidad de Cambridge a hacer una simulación matemática con 60 millones de personas para averiguar que las mascarillas pueden evitar el contagio del SARS-cov-2 y, por tanto, de sus rebrotes. Se conoce que, más menudo de lo que sería prudente, los sabios tienden a mirar el dedo que les señala la Luna.