Le pregunté a Lau si alguna vez había deseado tanto. Me dijo que no. Yo tampoco lo recuerdo. No así de esa manera. Desear tanto que duela. Imagino que es más fácil cuando el deseo no es correspondido. Cuando se desea a discreción. ¿Qué enciende el deseo?

Es difícil explicar el deseo como lo hace Anne F. Garréta en su libro Ni un día. Es un ensayo, es una biografía, es una crónica. Es muchas cosas más. Un juego.

Subo un poquito más el volumen de los altavoces. Suena Smell like teen spirit de Nirvana y transcribo "Se trataría de escribir otra cosa, de un modo distinto al que sueles hacerlo. Una vez más, pero por otra vía, desprenderte de ti mismo. Desprenderte de las formas que reviste este desprendimiento y tratar de divergir un poco más si cabe de lo que crees ser. Si ya no concibes escribir sin largas y meditadas construcciones, ¿no es hora de ir en su contra?". Así empieza Garréta. Unos párrafos después, nos explica: "Lo que supone simplemente que te asignarás cinco horas (tiempo suficiente para que un sujeto medianamente entrenado componga una redacción escolar) cada día, un mes entero, delante del ordenador, obligándote a contar el recuerdo que guardas de una u otra mujer a quien has deseado o que te ha deseado". Estas son las reglas del juego.

Spoiler: Garréta sólo consigue mantener la disciplina doce noches. Doce amantes. Cada una, una inicial. Todas distintas. Ordenadas por orden de llegada. Ordenadas, luego, por orden alfabético. Sin borrador, sin apuntes, sin esquema previo. "Ningún otro principio más que el de escribir de memoria. Sin pretender decir las cosas tal y como habrían podido ser, o tal y como mejor te habría parecido que hubiesen sido, sino tal y como en el momento de evocarlas se te aparecen". Y remata "La escritura expuesta a la memoria es meandro e incertidumbre igual que el deseo, nunca afianzado en su fin ni en su objeto".

Me enamoré de Lau a primera vista. Enamorarse incluye desear. Pero es una herida abierta que no cicatriza con la consumación de ese deseo: la posesión. El sexo. El que ama no se conforma con yacer. Quiere despertar en la mañana junto a esa persona. Veintitrés años despertando juntos.

Yo me enamoré a primera vista, pero ella tenía novio entonces. Esperé mi oportunidad. Si deseas, no te conformas con esperar; haces que suceda. Si deseas. Y sucedió. Un día me llamó llorando porque habían roto. Y yo le dije que viniera a casa, vivía en el piso de mi abuela, en el barrio Lucero, y mi abuela no estaba. Pasaba largas temporadas en su casa del pueblo. Cociné algo de pasta, pasta con almejas. Y bebimos. Escuché a Lau. Escuché lo que tenía que contarme de aquel chico con el que había roto y que no la merecía. La escuché mientras la deseaba. He deseado a otras mujeres, pocas, ahora me doy cuenta, nunca con la intensidad y desesperación que Garréta narra. Quizá esta escena en mi memoria sea lo más cerca que he estado de sentir algo así. Por fin, Lau era libre. Podíamos llevar a cabo lo que ambos llevábamos tiempo deseando. Terminamos el plato de pasta con almejas. Estábamos sentados en la alfombra, con la espalda apoyada en el tresillo de escay, el que había contra la pared del tapiz del pavo real. Y entonces nos besamos. O estuvimos a punto de hacerlo.

Y dije No.

Recuerdo aquel sentimiento. ¿Deseo? El que ama no se conforma con el cuerpo que desea.

No llegó a pasar nada. Lau se marchó. Quedamos en que volveríamos a vernos. No habíamos dejado de hacerlo, como amigos, desde el primer día que me enamoré de ella. Han pasado veintitrés años. Todavía la amo. Suena extraño escribirlo. Todavía la deseo.

Para Garréta, también, "...la vida es demasiado corta para resignarse a leer libros mal escritos y acostarse con mujeres que uno no ama".

En los doce recuerdos que comparte con nosotros, Garréta no escribe sólo sobre sus amantes, lo hace sobre su proceso de escritura, de sus dudas, del esfuerzo y de sus fracasos. También de sus éxitos. De conceptos como la educación, del humanismo, de congresos de escritores que son aburridos y tediosos. Y del compromiso. También de su carrera literaria. O como tenerla. Garréta desea mujeres, desea coches, juega a Mortal Kombat en la cafetería de la facultad donde imparte clases y escribe "¿cuánto tiempo hace falta para entender lo que uno ha escrito sin haberlo premeditado?".

Cuando era un adolescente, experimenté otro tipo de deseo: el deseo como carencia propia, como búsqueda de un cariño que no existía. "Pues nos gusta exagerarnos el dominio del deseo. Tan resistible, tantas veces. ¿Cuántas veces hemos de verdad, salvajemente, imperativamente deseado algún cuerpo? Analice esta cuestión, lectora, olvide sus efusiones cariñosas, sus calenturas mentales, sus brotes de vanidad: ¿Cuántas veces el deseo fulminante hasta la médula? —Punto y aparte—. Es un hechizo, un encantamiento. O bien quizás hayas sobreestimado el poder de tu razón como de tu voluntad. Te crees dueña de tus deseos; te crees libre para sucumbir o no a ellos; libre hasta su deliberación. Gilipollez que se salda infaliblemente con gilipolleces".

Sin embargo, nunca me he sentido utilizado, ni he dejado que me utilizaran. Convertirte en objeto de deseo por culpa de la autoestima.

"La incógnita radical del deseo, el arte de su surgimiento, la estrategia de su revelación se han visto reducidas a unas cuantas ecuaciones simples y protocolos codificados. Racionalización del deseo, en apariencia económica, lo admites, y liberal en su efecto. Pero para el animal inquieto que eres (y que, por encima de todo quizás, ama su inquietud y estima muy de otra manera la racionalidad), sin encanto y sin vértigo. Amas la posibilidad de la ceguera, la brusca fulguración de su eclipse". Para retomar un poquito después "Exceptuarse de la ceguera general, decías. Bella y noble ambición. Hubris que no podría dejar de ser fatal. Uno se arriesga a nunca cambiar más que una ceguera por otra. Si no es ceguera común, nos cegará una peculiar lucidez".